Víctor de Social Diabetes

Social DiabetesHace dos años, quedé con Víctor en un bar de Barcelona.  Quería explicarme algo.

Nos conocemos desde el instituto, coincidimos en lo que era el segundo grado de FP, cuando entras en la especialización escogida.

Yo dejé el colegio donde se suponía que tenía que estudiar BUP y COU y ser una chica de bien,  pero quería programar y no quería esperar a 3º de carrera para “tocar máquina”.

Con 15 años, era una de las 4 chicas de la clase de informáticos, dónde Víctor, era de largo, la mente más brillante (al menos tecnológicamente hablando :). Formaba parte de una camarilla que reivindicaban su identidad a golpe de rebeldía, actitud desafiante, y genialidad. Aún así, cuando de forma recurrente un virus se activaba en la sala de ordenadores, escandalizando con imágenes obscenas a las chicas de “jardín de infancia” o a las “administrativas”, el director venía a clase y sin más preguntas sentenciaba “Víctor Bautista, expulsado dos semanas”.

Aunque todos jugábamos a ser Mathew Broderich en War games, nunca había duda de quien era el cerebro de cada partida.

Creo que Víctor aprendió más durante esos días en casa con su Xpectrum y su Comodore que en clase. Cuando volvía, cual héroe de guerra, explicaba a los profes las novedades y tendencias. “Nos tenéis que enseñar Windows, es lo que viene”.

Hace 5 años, a Víctor le diagnosticaron Diabetes tipo 1 (insulino dependientes). Lo primero que hizo, en su lógica geek, es buscar por ahí, aplicaciones informáticas que le permitieran manejar parámetros de su enfermedad, y vivir lo mejor posible.
Encontró calculadoras de carbohidratos, libretas de controles, pero nada que le permitiera comer con normalidad y flexibilidad, irse a cenar con amigos sin tener miedo, dormir sin la angustia de tener una hipoglucemia nocturna, y no despertar más.

El día que me explicó, que llevaba meses inyectándose la insulina que le recomendaba su Android, y que sus constantes se habían estabilizado, pensamos que había que hacer algo más que celebrar su nueva travesura.

Así nace Social Diabetes, un sistema con casi  10.000 descargas  que permite a los diabéticos, tomar el control de su vida y vivirla de la forma más normal posible. Conectados con sus médicos que actualizan información en tiempo real, y formando parte de una comunidad global que definitivamente rompe la barrera social con la que viven muchos pacientes.

Hoy, nos vamos a AbuDhabi a recoger el premio de WSA-Mobile.
Seguiremos contando

Redistribución de alimentos – Escala local

Hace 6 meses mi familia se trasladó a las merindades de Burgos, un bello territorio a medio camino entre las ciudades de Burgos y Bilbao. LA frontera entre Castilla León y País Vasco, está poblada de pequeños municipios entre valles de vegetación generosa y colinas que guardan el sendero del Ebro y sus afluentes.

Esta zona forma parte de mi historia, de la memoria emocional de mi familia (mi madre es de aquí) y ha sido a estos orígenes a dónde hemos vuelto en busca de un contexto más amable, más manejable, más humano. Más idóneo quizás para afrontar una crisis que nadie sabe a dónde nos conducirá, hasta dónde llegará ni a cuantos engullirá.

Hace dos años empezamos a planificar el cambio de vida. Las ciudades pueden ser una ratonera en situaciones de crisis, económicas, políticas, sociales… A mi, personalmente cada vez me da más miedo lo grande, lo masivo, lo global; la fuerza autodestructiva que puede llegar a tener la masa inconsciente, aturdida, atemorizada, en manos de los intereses de unos pocos con recursos y bien organizados. No alentaré el fantasma de la conspiración planetaria pero me parece a mi (y mi y a muchos) que esto es algo más que una crisis económica y que estamos asistiendo con desconcierto y desorganización a un cambio de orden social que exige que estemos muy atentos al modelo de sociedad que surgirá del mismo y al papel que jugamos cada uno en ello.

Uno de los motivos de volver a un entorno más pequeño, más humano, de mayor proximidad, es la sensación de que aquí el tejido social debe estar más cohesionado. Aquí todos se conocen y parece impensable que no se dé de forma natural cierta justicia social en cuanto a la distribución de recursos.

Estamos rodeados de campos de cultivo y aunque se han instalado en el pueblo desde hace años las grandes cadenas de comercialización de alimentos, parece impensable imaginarse aquí a alguien metiendo medio cuerpo en un contenedor para buscar comida desesperadamente.

En un entorno como este, donde el capitalismo no ha tenido el arraigo que se da en las grandes ciudades, parece posible pensar que en estos momentos donde el sistema se revuelve con ferocidad contra el 99% (Stiglitz), se puede volver fácilmente a dinámicas de trueque que, aunque no sustituyan plenamente el modelo económico imperante, sí pueda complementar su utilidad y matizar sus injusticias y aberraciones.

Pero todo eso responde más a una visión utópica y romántica del entorno rural que a una realidad objetiva. Así que a pesar del poco tiempo que dejarán los proyectos, los viajes y las preocupaciones particulares (a menudo banales, estúpidas y frívolas), he pensado en hacer algo, intentarlo al menos,  para que mi entorno más cercano sea mejor para aquellos que ya no pueden esperar nada más que la solidaridad, la empatía y la complicidad de sus iguales.

Hay que hacer algo más que cabrearse, compartir información y sumar “likes” a denuncias digitales. Si podemos usar dinámicas de red y tecnología para mejorar la distribución del conocimiento y valor en las empresas, por qué no vamos a poder contribuir a dinamizar socialmente pueblos con las mismas dimensiones de muchas de las organizaciones con las que trabajamos?. Si internet, el conocimiento y la innovación, sociedad red…. blablablá, no nos sirve para algo tan básico como que nadie pase hambre en tu ámbito de influencia, de qué mierda estamos hablando?

En cualquier caso, cuesta mirar para otro lado. Así que estos días en el pueblo, nos hemos puesto a pensar unos cuantos por aquí sobre cómo poder garantizar que al menos a pequeña escala, en este pueblo, nadie tenga dificultades para comer adecuada y dignamente.

El proyecto nace de la emoción más que del conocimiento y el rigor, así que desde aquí pedimos ayuda a todo el que pueda aportar información sobre lo que ya se hace, lo que se hace bien, los riesgos, las instituciones veteranas en estas cosas, metodologías…etc que ayuden a montar algo útil para la gente y apalancándonos en todo lo que ya se hace y ha hecho al respecto a nivel local y global.

Os dejo por aquí un primer mapa mental que surgió de una pequeña reunión ayer.

Si alguien quiere colaborar, que comente por aquí cómo puede hacerlo o envíe un correo a maria.salido@gmail.com

 

Gracias!

Quinua

Hoy ha vuelto a amanecer un día soleado. He dejado la toalla un buen rato estirada en el patio, para que acumulara sol, he pedido que prendieran el calefactor y he aprovechado la mañana soleada para darme una ducha caliente, por fin.

Hoy es el día de la Quinua, convenía sol y viento moderado y así nos han entregado el día las diosas aymaras.

Al llegar a casa de Marina, hemos visto el arcoíris que formaban los chales ya teñidos, al sol. La encontramos ventando el grano. Su oscura silueta en primer plano, tras ella, la infinita planicie, blanquecina a esas horas por el sol deslumbrante, que se extiende como continuación natural de las casas del pueblo. Está parada frente a un saco abierto de varios quilos de grano y con una palangana lo va recogiendo y devolviéndolo poco a poco al montón sobre el suelo. En el proceso, el viento se lleva lo que se tiene que llevar. Realiza los movimientos incansable, como en una danza ancestral de comunión con la Pachamama.

Nos acercamos a ella y la saludamos. El olor intenso como a palomitas tostadas nos invade. Aspiro el aire mientras reparo en que el paraíso empieza justo tras el muro del patio de su casa, primero el llano, cubierto de un tímido manto vegetal, más allá el salar: aquello que un día fue fondo marino y hoy es un desierto de sal incompatible con la vida, pero talismán de soñadores. Se acerca una llama, como si fuera un animal exótico de uno de esos cuentos de mundos mágicos, luego llegan más, una manada entera de estos animales mitad cabras mitad camellos. El cielo azul brillante, el aire limpio, los relieves nítidos, es como si te hubieras puesto unas gafas que aumentan la intensidad de los colores. Será el “mal” de altura.

Marina nos invitará a almorzar la quinua que ahora limpia, y la que serirá de actividad vehicular para pasarnos horas conversando.

Una vez se han limpiado los granos al viento hay que lavarlos. Nos sentamos sobre piedras para acomodar la postura y vamos vertiendo agua mientras ella remueve el grano vertido, que desprende un líquido al principio color café y cada vez más claro.
El agua sucia se vierte al suelo y a medida que empieza a clarear, se devuelve al saco original junto con el grano. Con un movimiento circular hipnótico, cada vez queda menos quinua en la palangana y a modo del que busca pepitas de oro, van apareciendo en el fondo del recipiente partículas negras de tierra. Al final con al último chorro de agua lanza el material sobrante al suelo, sin que se pierda un solo grano de quinua!.
Al final, el saco de rafia se sumerge en un barreño lleno de agua y se agita para depurar el lavado.
Estamos unas dos horas con ese sortilegio.

De su historia (personal e intransferible) se trasluce algunos rasgos de las tradiciones aymaras. Ellas tejen, ellos siembran, ellas preparan los productos que da la tierra, ellos hilan la lana. Es oficialmente una organización social patriarcal pero sustentado por la capacidad de trabajo y cooperación de las mujeres. Viven del cultivo, básicamente de quinua, papas y cebada, y de la cría de animales: llamas, alpacas, ovejas. Viven en sus propios terrenos dónde levantan sus propias casas. Usan la moneda nacional, que obtienen de vender artesanía a los que pasamos por aquí y en ferias en las ciudades. Con ese dinero consiguen lo que la tierra no provee, a saber, grandes pantallas de televisión, celulares, ropas “modernas”, calzado, autos…En cualquier caso, reconforta observar un sistema casi autosuficiente, humano, natural, precario, digno.

A la hora del almuerzo entramos en la casa, apenas cuatro paredes de piedra y los enseres mínimos. Marina cocina la Quinua, que dicen que tiene propiedades mágicas. La mezclamos con palta, tomate y un poco de atún en lata. Exquisita, aunque sólo sea por variar un poco la dieta de los últimos días.

Antes de que nos entre sueño, volvemos a salir al patio y seguimos limpiando sacos de quinua. Cuando el viento de la tarde empieza a ser demasiado incómodo y la temperatura empieza a bajar nos despedimos y cada una se refugia en su morada.

El día, ha consistido, casi por entero, a limpiar granos de quinua. Horas y horas concentrada en una actividad rutinaria mientras el sol trazaba su arco sobre nosotras, y a pesar de ello y de forma totalmente increíble para alguien entregada a la hiperactividad como yo, ha sido un día pleno.