En el prólogo con el que Javier Tejada introduce el libro “Adaptarse a la marea” de Eduard Punset (otro entrañable compañero de viaje), dice cosas así:
“Adaptase a la marea nos recuerda con suavidad de marea mediterránea el reconocimiento del hombre de que todo lo que ocurre aquí abajo en la tierra está determinado por lo que ocurrió en tiempos lejanos fuera de nosotros….
…Permítanme que acabe este prólogo recomendando a todos los lectores que se dejen mecer por la “marea económica” y sepan adaptarse a sus cambios periódicos a base de hacerse preguntas racionales como las que sugiere este magnífico libro”
Ya Punset, entrado en materia, hace la siguiente reflexión:
“El cerebro de los homínidos no soporta la incertidumbre. Necesita saber la razón de determinadas simetrías y regularidades como el amanecer o la sucesión de las estaciones, y las causas de los fenómenos imprevistos como la erupción de un volcán o una epidemia contagiosa. El cerebro requiere por encima de todo, tener la sensación de que controla la situación. En caso contrario, el sistema inmunológico se degrada rápidamente”
Se ha escrito mucho sobre de la resistencia al cambio y de las técnicas de gestión del mismo y no voy a entrar en pedagogías ofensivas, tan sólo compartir y escribir en un ejercicio catártico que permita bucear en las emociones y sentimientos de estos días.
Nada dura para siempre, ni el éxito, ni el fracaso, ni el dolor, ni la alegría, ni el amor, ni la belleza, ni la frustración, ni la vida. Aunque a veces pensemos(necesariamente) que con pasión, voluntad y disciplina se puede conseguir todo aquello que deseemos, lo cierto es que los elementos necesarios para conseguir aquello con lo que nos hemos comprometido, no siempre (de hecho casi nunca) dependen de nosotros, o sólo de nosotros.
Desde pequeña me grabaron a fuego aquello de “querer es poder” y a pesar de que agradezco la fuerza y la determinación que ese mensaje ha provocado en mi trayectoria personal y profesional, también he de reconocer que me ha producido en ocasiones una frustración insoportable. Aprender que a veces no se puede, que a veces no depende de ti, que a veces toca perder, ha sido un aprendizaje vital tan doloroso como necesario.
..Y a veces (es una lección reciente) toca replantearse qué significa ganar y qué significa perder. Nos planteamos objetivos y luchamos por conseguirlos. Pero a veces nos convertimos en esclavos de la proyección que hicimos al inicio, de “como deberían ser las cosas”. Trazamos un camino y nos obsesionamos con seguirlo, convencidos de que con tenacidad, paciencia, entusiasmo y disciplina, al final encontraremos aquello que buscamos, aquello en que creemos, aquello que hemos inspirado en otros. Pero el camino no es recto y señalizado y resulta que hay millones de atajos, de pasajes, de bifurcaciones, de saltos, que nos llevarán al mismo sitio y otros que nos alejarán de nuestros sueños.
Ganar es no perder la fe, ganar es seguir apostando por aquello en lo que crees pero a la vez estar dispuesto a salir del camino, a cambiar de plan, a buscar atajos, a plantearse alternativas, a perder batallas, a imaginar nuevos frentes. Ganar es estar dispuesto, incansable, a volver a empezar. Ganar es confiar en uno mismo. Ganar es no sucumbir a la incertidumbre. Ganar es adaptarse a la marea.




