Crear en Equipo (una redundancia)

Somos seres complejos (una obviedad) y la evolución nos ha desprendido (matizado) de muchas necesidades, pero ha desarrollado(enfatizado) otras (otra obviedad, después de Maslow).

Sin pretender frivolizar sobre las necesidades básicas, aún pendientes de resolver en muchos rincones de este injusto mundo, podríamos decir que hay dos impulsos que muevan realmente al humano: la necesidad de lograr cosas y la necesidad de relacionarse con otros.

Hay además, una relación curiosa entre las dos pulsiones: Es necesaria la relación con los demás, la socialización y la colaboración para lograr cosas (no me viene a la cabeza ningún logro que haya conseguido un solo hombre en solitario) y a la vez, como una retroalimentación natural, siempre que interactuamos con alguien, lo hacemos para conseguir algo (aunque sólo sea la búsqueda de la imprescindible afectividad); siempre hay algún objetivo que nos hace salir de la caverna para encontrarnos con algún ser vivo con el que compartir la experiencia de estarlo.

Creo que los proyectos (sean de la naturaleza que sean) son espacios increíblemente propicios para satisfacer ambas necesidades. Quizás por eso me apasionan tanto esos ecosistemas sociales donde, durante un tiempo, estamos “condenados” a entendernos, con el fin de crear algo que nos han encomendado o que hemos decidido ejecutar.

Favorecer o inhibir cualquiera de las dos funciones, puede ser determinante para el éxito de un proyecto: Una vez, comprobé cómo el rendimiento en un proyecto mejoraba, sólo porque pactamos con el cliente que abandonaríamos las mesas (era cuando aún se desarrollaba en casa del cliente y el offshoring nos podía sonar a un nuevo deporte de aventura) todos juntos para compartir en un bar cercano, el tiempo del desayuno. Al final, se apuntaron algunos de los “elementos” clave de la organización del cliente y aquello se convirtió en un pequeño espacio donde se podía hablar tranquilamente (olvidando los roles y las posiciones), de los problemas del proyecto, de las posibles soluciones, de las expectativas de cada uno, y de los conflictos de intereses que unos y otros, desde su “status”, se obligaban a mantener y defender. Se humanizaron las relaciones, cayeron mitos, y nos convertimos, casi sin darnos cuenta en un equipo. Creamos un sistemas de gestión de alarmas que supongo que aún funciona…y sobretodo, nos divertimos.

Paseando con Wagensberg

Tras describir las tres fases de toda creación de nuevo conocimiento, Wagensberg, nos recomienda algunas técnicas:

«Cada una de las tres fases de la adquisición de nuevo conocimiento tiene sus escenarios, métodos y circunstancias idóneos. No todo vale. Los mejores estímulos proceden de los objetos y fenómenos reales. Las mejores conversaciones ocurren con otras personas que no ignoran lo mismo y que aceptan la regla elemental de escuchar antes de hablar y de hablar después de escuchar. Y las mejores comprensiones e intuiciones se descuelgan de la más radical de las soledades.

Por ello un buen museo, viajar o un paseo por un bosque son buenas ocasiones para llamar al estímulo. Por ello una buena escuela, una buena facultad universitaria, una buena cafetería o una buena cafetería de una buena facultad universitaria son, deberían ser, un lugar propicio para conversar. Por ello para comprender y para intuir hay que concederse espacio y tiempo para el ensimismamiento. Y entonces es posible que llegue la hora de la verdad, que en un punto de ese espacio y en un instante de ese tiempo ocurra el gozo intelectual, el gozo súbito de una comprensión o de una intuición.»

La semana empezó con fructíferas conversaciones durante un día aparentemente improductivo, y la semana termina, siguiendo los consejos de Wagensberg (aunque en orden alterado), con una relajación forzada para observar “objetos y fenómenos reales”. Hoy he ·desenchufado· por unas horas. No tenía un bosque a mano, pero he paseado sin rumbo ni prisas por las calles de Madrid, dejándome acariciar por un sol que calentaba la mañana hasta los 26 grados (en febrero! –ciertamente, “el mundo está cambiando”-). Más estímulos que comprensiones(como era de esperar), pero todos, alimento para el espíritu y la mente. Un paseo por la realidad, solo observando, sin interferir (difícil), sin autoexigirse nada(más difícil todavía), preocupada sólo por lo imprescindible, descompresión, relajación.

Unas horas sin obligarse a comprender, ni si quiera a intuir…ciertamente, son el mejor camino para llegar a hacerlo…o por lo menos predispone anímicamente a ello.

El gozo intelectual

Jorge Wagensberg, ha sentido tantas veces el gozo intelectual que se experimenta al intuir y al comprender, que ha escrito todo un ensayo sobre el tema.
Según Wagensberg hay tres fases en el proceso de creación de conocimiento. Cada fase recibe el nombre de lo que en ella es prioritario.

El estímulo. Predomina en la primera fase. Es una fase a veces desordenada e informal, pero crucial porque es en ella donde se decide qué se quiere conocer. Los estímulos sirven para pasar de un estado de ánimo –en el cual uno no está especialmente interesado en conocer nada concreto- a otro –en el que uno busca conocer algo incluso con urgencia- (Con obsesión?)

La conversación. Predomina en la segunda fase. Es la más planificable. Hay tres grandes clases de conversación: Conversación con la realidad (ver, mirar, observar, experimentar…), conversaciones con el prójimo (colegas, profesores, discípulos…), y conversaciones con uno mismo (pensar, reflexionar). La conversación es el centro de gravedad de la adquisición de nuevo conocimiento y sirve para enfrentar una realidad con sus posibles comprensiones y para decidir entre las distintas alternativas.

La comprensión y la intuición. Ocurre en la tercera y última fase. Es una fase curiosamente instantánea, porque súbito es también el suceso mismo de la comprensión y la intuición . Creo que cuando falta esa sensación de “caer” en algo es porque aún no se ha acabado de comprender o intuir ese algo. Y tiene un síntoma que la hace inconfundible porque es exactamente aquí, donde sobreviene el gozo intelectual.

Hasta llegar a un “Eureka!” y experimentar esa euforia que Wagensberg llama de forma tan bella “el gozo intelectual”, todos pasamos más o menos por estos estados (al menos yo me reconozco completamente). El tránsito tiene momentos de gloria y momentos de desesperación, momentos de curiosidad y excitación y momentos de inseguridad al enfrentarnos a nuestras limitaciones. A veces todo encaja y al día siguiente, un nuevo elemento, fruto de una conversación (con la realidad, con el prójimo o con uno mismo) hace que tengas que deshacer el puzle de conceptos y volver a empezar. A veces no eres capaz de expresar todo lo que “sabes”, y otras, la palabra fluye y gracias al lenguaje eres capaz de traer a la conciencia ideas que habían estado latentes, esperando su momento, dándote tiempo a que fueras capaz de verbalizarlas y de convertirlas en conocimiento.

Creo que más allá del coeficiente de inteligencia, de la experiencia, de las técnicas que cada uno tenga para destilar información y buscar la esencia que nos permita comprender; el elemento determinante, es la gestión de las emociones y el papel que estas juegan en todo el proceso. Los sentimientos de fracaso, duda, vacío, soledad, incertidumbre, tristeza hay que entenderlos como ingredientes tan necesarios de la creación como lo son la euforia, la certeza, la alegría, la energía, el entusiasmo…al final, nos espera el “gozo intelectual” (que según le dijo un amigo a Wagensberg, “es mejor que el sexo”, aunque yo creo que no se puede ser generalista en la valoración de los placeres: Hay gozos y gozos –sea cual sea el ejercicio artístico- )