Somos seres complejos (una obviedad) y la evolución nos ha desprendido (matizado) de muchas necesidades, pero ha desarrollado(enfatizado) otras (otra obviedad, después de Maslow).
Sin pretender frivolizar sobre las necesidades básicas, aún pendientes de resolver en muchos rincones de este injusto mundo, podríamos decir que hay dos impulsos que muevan realmente al humano: la necesidad de lograr cosas y la necesidad de relacionarse con otros.
Hay además, una relación curiosa entre las dos pulsiones: Es necesaria la relación con los demás, la socialización y la colaboración para lograr cosas (no me viene a la cabeza ningún logro que haya conseguido un solo hombre en solitario) y a la vez, como una retroalimentación natural, siempre que interactuamos con alguien, lo hacemos para conseguir algo (aunque sólo sea la búsqueda de la imprescindible afectividad); siempre hay algún objetivo que nos hace salir de la caverna para encontrarnos con algún ser vivo con el que compartir la experiencia de estarlo.
Creo que los proyectos (sean de la naturaleza que sean) son espacios increíblemente propicios para satisfacer ambas necesidades. Quizás por eso me apasionan tanto esos ecosistemas sociales donde, durante un tiempo, estamos “condenados” a entendernos, con el fin de crear algo que nos han encomendado o que hemos decidido ejecutar.
Favorecer o inhibir cualquiera de las dos funciones, puede ser determinante para el éxito de un proyecto: Una vez, comprobé cómo el rendimiento en un proyecto mejoraba, sólo porque pactamos con el cliente que abandonaríamos las mesas (era cuando aún se desarrollaba en casa del cliente y el offshoring nos podía sonar a un nuevo deporte de aventura) todos juntos para compartir en un bar cercano, el tiempo del desayuno. Al final, se apuntaron algunos de los “elementos” clave de la organización del cliente y aquello se convirtió en un pequeño espacio donde se podía hablar tranquilamente (olvidando los roles y las posiciones), de los problemas del proyecto, de las posibles soluciones, de las expectativas de cada uno, y de los conflictos de intereses que unos y otros, desde su “status”, se obligaban a mantener y defender. Se humanizaron las relaciones, cayeron mitos, y nos convertimos, casi sin darnos cuenta en un equipo. Creamos un sistemas de gestión de alarmas que supongo que aún funciona…y sobretodo, nos divertimos.
Etiquetado: Capital humano, Equipos
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