Semana 3

 Rapanui abril 2015

Rapanui abril 2015

La irrealidad se va instalando en nuestras vidas. Día 23. Y casi vamos acostumbrándonos a esta nueva rutina, a sus ritmos, a sus condiciones, a sus restricciones.

 

La semana empezó con una entrevista que nos hacían para ver cómo SocialDiabetes se está adaptando a la situación. Las primeras preguntas fueron como son todas estos días, en cualquier contexto, personales: cómo estás?.

Dije que bien, pero no es tan fácil ahora responder a una pregunta tan aparentemente sencilla.

Dije bien, sin pensar, aunque sólo fuera por respeto a tanta gente que está mal, muy mal, peor.

Si lo peor que he de vivir en estos momentos es estar encerrada en mi casa, y si eso puede ayudar en algo a paliar los devastadores efectos de esta crisis sanitaria, quejarse es una frivolidad.

 

Amo la libertad, por encima de cualquier otro valor. Pero ahora libremente decido cancelármela.

Pero me encuentro como todos, sometida a la vida que libremente (sí, con matices) fui diseñando y construyendo a cada paso que di, a cada decisión que tomé, a cada fracaso que me tumbó, a cada abismo que salté, a cada verdad a la que me enfrenté a cada mentira que desenmascaré, a cada monstruo que superé, a cada sueño que cumplí. Y miro la foto fija de la vida, a la que todos nos estamos enfrentando en estos momentos, y estoy en paz.

 

Como nunca antes, esa foto se ha congelado. Casi nunca tenemos la oportunidad de mirarla porque la vida es un carrusel, porque hay demasiado ruido para fijarse en ella, porque el movimiento nos hace pensar (a veces equivocadamente) que avanzamos. Esa foto se vuelve ahora un espejo ineludible.

Ahora, el silencio y el estancamiento nos obliga a observarnos sin evasiones, sin distracciones, sin escapatoria. Quien somos, qué hacemos, con quien estamos, cómo nos cuidamos, qué consumimos, que creamos, qué aportamos, qué es esencial, qué superfluo, a qué podemos renunciar, y qué nos amarra a la vida y da sentido a todo. Cuántos palillos podemos sacar antes de que se desmorone aquello que creíamos que somos.

 

El silencio (en su sentido más amplio) puede ser aterrador, pero también una gran oportunidad. Sólo en silencio se escuchan algunas voces, sobre todo la propia (tranquilos no estoy volviéndome loca). Por eso pasear o correr son actividades que tienen efectos beneficiosos no sólo físicamente.

 

Aprovechemos estos momentos para repensar nuestras vidas, para mirar la foto fija sin miedo y sintámonos agradecidos por todo aquello que hemos construido y planifiquemos aquello pendiente, aquello ineludible, aquello que siempre pensamos que puede esperar. Nunca volveremos a tener tanto tiempo para pensar de forma no productiva -desde un punto de vista capitalista-. Nunca vamos a disponer de tanto tiempo para pensar de forma creativa.

 

Estos días siento que estoy también relacionándome de forma diferente. Hay más tiempo, hay más calma, se ven mejor las almas.

Estoy valorando más a quien se mantiene positivo, a quien encuentra formas de adaptarse; a quien anima a los demás; a quien ayuda en su entorno; a quien renuncia al parloteo “cuñadista”; a quien reflexiona, a quien se muestra vulnerable, pero sin infantilismo; a quien se muestra empático; a quien controla la angustia y se hace responsable de si mismo y los demás. Personas que en otras situaciones pasan desapercibidas, emergen en estos momentos como diamantes en la oscuridad.

 

Me siento cerca de ellas y espero estar a la altura.

 

 

Semana 2

 

silla

En una semana hemos visto como los muertos se multiplicaban por 5 en España; como el ejército ocupaba las calles vestidos de extra-terrestres; como pabellones deportivos gigantes se convierten en hospitales de campaña; como neoliberales piden rentas básicas universales para la población; como las cifras diarias pulverizan análisis y estrategias de hace apenas una semana; como todos los países del mundo chapotean en la ilusión de la gestión optima de esta crisis sin precedentes; como se han cancelado juegos olímpicos y cualquier actividad lúdica social; como Europa se rompe ante la evidencia de su verdadera desunión; hace 2 días EEUU mira por fin de frente al problema e inyecta 2 billones de dólares a su economía y ayer México la paraliza en una rueda de prensa donde la expresión de pánico hace que las palabras sean innecesarias.

En estos momentos un 38% de la población mundial vive confinada en casa y nadie sabe cuando acabará.

 

Todo es tan raro.

Tan rápido.

Todo es tan excepcional, y la excepción ya convertida en cotidianidad, tan sobrecogedora.

 

Consejo extraordinario de ministros cada día, decisiones sin precedentes hora a hora. Todos pendientes de una curva, de la nuestra y de las que nos preceden. Toda la humanidad concentrada en lo mismo, intentando predecir lo que vendrá, intentando asimilar, con pavor, con humor, con resignación, con tristeza, con solidaridad, con estupidez, con esperanza….cada uno con lo que puede.

 

En lo personal, mantengo el balance emocional y psicológico fuerte, y la intensidad profesional hace que mi marco mental, haya cambiado poco. Pero cuesta concentrarse entre tanto ruido; y una cierta tendencia obsesiva me tiene en vigilia la mayor parte del día y la noche.

 

Los días son monótonos pero intensos. No estoy ni voy a ninguna parte pero me siento especialmente conectada con todo el mundo. No vamos a trabajar, pero la actividad es frenética. La deliciosa quietud de mi casa, la efervescencia histórica de ahí fuera. Grandes contrastes.

 

Cuidaros amigos, en todos los sentidos.

Somos parte de una red que no se ve, que no se toca, pero que se fortalece.

Estamos encerrados pero conectados. Hemos perdido lo colectivo y recuperado lo privado y ahora estamos aprendiendo a compartir ese espacio del que también forma parte nuestra humanidad, nuestras emociones, a veces disimuladas o canceladas en la plaza pública.

Vivimos desde hace más de dos semanas (que parecen dos años) confinados, protegidos, aislados en nuestro búnker. Viendo a través de ventanas digitales cómo cambia nuestro mundo (¿para siempre?)

No nos movemos, pero siento que vamos a toda velocidad hacia algún sitio impredecible.

Semana 1

MARTA PÉREZ / EFE

MARTA PÉREZ / EFE

Es domingo, 22 de marzo del año en que todo cambió.

Me despierto a las 8h. de la mañana

En ausencia de exigencias sociales, esta nueva cotidianidad marcada por el aislamiento, permite relajar horarios y dejar que el cuerpo los marque. Así, me voy a dormir cada día entre las 1h a las 3h de la madrugada, pero siempre despierto a las 8h, como si el cuerpo se aferrara a algún ritmo conocido, a algún punto estable de orden.

En Barcelona llevamos unas tres semanas acumulando conciencia colectiva sobre la necesidad de reducir contactos, pero no fue hasta el sábado pasado, hace algo más de una semana, que nos encerramos en casa.

Hoy al despertar, he sentido que me molestaban los pendientes, son pequeños y no me los quito nunca, pero hoy me sobraban. Es el primer gesto del día, y he sonreído al darme cuenta de que en mis manos no hay anillos desde hace días, no hay esmalte en mis uñas, y mi cabello se seca al aire, sin necesidad de darle forma con un secador.

 

Mi casa es amplia, cómoda, bonita, en ella descanso y me recupero entre viaje y viaje. Esta casa tiene forma de refugio, no hay mucha luz pero un patio al fondo, con plantas mal cuidadas, permite salida al aire libre. Pero estos días, paso ratos bajo la puerta que da a la calle, como una viejecita en el pueblo, con su silla bajo el marco de la puerta, viendo pasar la vida.

Una vida (exterior) que se apaga. Casi no quedan personas en la calle. Las que pasan por delante me miran, sonríen como entendiendo la necesidad de estar ahí pasmada, sintiendo los rayos de sol sobre mi cara, les sigo con la mirada y nos despedimos con complicidad. En el edificio de delate los balcones están ocupados. Una mujer hace gimnasia, una pareja comparte una hamaca en la que se comen a besos (espero que estén sanos los dos :), en otro, unos niños se pelean.  De vez en cuando, pasa un autobús vacío. Intento ver la expresión de la cara del conductor. Cómo se sentirá ahí solo dando vueltas sin sentido?.

 

Hablo a diario (raro) con mi gente. También con amigos que hacía tiempo (algunos mucho) que no sabía de ellos. De aquí de allá, de cualquier parte del mundo donde hay un trozo de mi corazón. Es como si todos estuviéramos cogiéndonos de las manos, sin tocarnos, para creernos lo que pasa, para ver qué viene.

Contrasta la soledad física con la efervescencia social virtual y casi asfixiante, de estos días.

 

Tengo mucho trabajo en la empresa. Nos dedicamos a cuidar de un colectivo de alto riesgo frente al virus, personas con Diabetes que necesitan más que nunca, protección y aislamiento;  así que no hay tedio ni aburrimiento, pero cuesta concentrarse en medio del ruido generalizado y continuo, que hace las estructuras de esta sociedad retorciéndose a marchas forzadas sobre su colapso.

Cómo puede cambiar todo tanto en tan poco tiempo?.

Hace justo 2 semanas nos abrazábamos en manifestaciones multitudinarias en el día de la mujer, y hoy, salimos con guantes y mascarillas a comprar el pan, manteniendo 2 metros de distancia con cualquier ser humano con el que te cruzas.

 

No sé como nos vamos a recuperarnos de esta evidente, implacable y brutal conciencia de vulnerabilidad colectiva.

Más allá de la capacidad individual que cada uno tenga para procesar lo que está pasando, incluso para aprovecharlo en beneficio del sentido de sus vidas, creo que el alma del mundo nunca volverá a ser la misma.

 

Algunas fotos (iGNACIO PEREIRA) de Madrid