Semana 6 y pico

Parque nacional Conguillío.  La Araucanía. Chile 2013

Ayer no podía escribir. Hacerlo cada semana se ha convertido en una rutina. Me sirve de diario emocional y espero con ello acompañar a aquellos que puedan encontrar en mis palabras, compañía, reflexión, comprensión, belleza…pero ayer sólo salía oscuridad y por aquello de “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir….”, pues desistí.

Los últimos tres días he estado muy débil, con síntomas de fatiga física y mental, dolor de cabeza y algo de fiebre. Nada grave, pero en este estado de aislamiento y alarma (alarmista), todo adquiere un color más oscuro. La espiral física y emocional puede retroalimentarse hasta hacernos sentir realmente vulnerables.

En un contexto como este, es difícil mantener la serenidad.

El mundo ahí fuera sigue esperándonos. Un mundo que disfruta de nuestra ausencia para regenerarse. Quizás nosotros también salimos regenerados. Algo habrá pasado en el alma de cada uno. Pequeños o grandes ajustes sobre lo que es importante y lo que no, con quien estamos conectados y con quien no, a dónde nos lleva el miedo, a dónde la esperanza, de quien dependemos, a quien amamos.

Mis miedos empiezan a concretarse (no esperéis mucha luz hoy):

En el corto plazo, me preocupa, me duele la primera línea que recibe el golpe. Los que enferman, los que mueren (los que mueren solos!), los que pierden a sus seres queridos antes de hora, lo que perdemos como sociedad cada vez que una de esas mentes brillantes nos deja un poco más a oscuras.

Me preocupa ese cuerpo de ángeles cuidando sin descanso a los enfermos. Su desgaste, su riesgo, las secuelas que tendrán. Esta semana una gran amiga, trabajadora en una residencia de ancianos, me describió lo más parecido al infierno.

Me da hasta vergüenza aplaudirles. Me parece frívolo. Ya sé que es un detalle, un reconocimiento que muchos agradecerán, pero espero que todos estos que aplaudimos estemos en primera fila de sus manifestaciones y revueltas, cuando puedan salir de nuevo a la calle para reivindicar sus derechos (que son los nuestros vaya).  Espero que estemos dispuestos a recibir golpes y pelotazos por ellos, acompañarlos en huelgas y protestas por defender su dignidad. Y ayer, viendo como algunos se paseaban por los parques y las playas, las dudas me hacían subir la fiebre.

Me preocupa que no tenemos líderes, que no hay ya atisbo de talento en política. Que nos gobiernan seres aupados por relaciones mafiosas de poder, confianza e influencia. Al frente no están los mejores. Están los mediocres, los lameculos. Los mejores huyeron de esta política de cartón piedra, de titular, de efecto especiales, de marketing sin producto, de mentira sin pudor.

Y vamos a necesitar líderes porque hay mucho que repensar y construir. Y ya sé que cada uno de nosotros tiene la capacidad de comprender su entorno y trabajar a favor [os lo dice alguien con espíritu emprendedor y que siente en carne propia que no hay momento más fascinante para un idealista que un mundo en reconstrucción] pero no sé cómo vamos a organizarnos.

Y me preocupa que lejos de enfrentar estos retos como especie (porque creo que nos interpela a ese nivel), lo hagamos desde nuestras miserias de clase: los del norte contra los del sur; los pobres contra los ricos y contra los aún más pobres; los que quieren volver a la normalidad cuanto antes, contra los que saben a donde no podemos volver;  los que creen tener derecho a todo, contra los que reclaman empatía; los que quieren arreglar contra los que quieren crear; los que van a ver desde su Smart TV, anestesiados, como muere media África de hambre, contra los que no puedan soportarlo; los que pagarían por seguridad con la moneda de la libertad, contra los que no retrocederán ni un paso para defender sus derechos.

Esto nos está pasando a todos, pero no existe un Todos. Y lo que podemos llegar a ser los unos para los otros, me da más miedo que el más letal de los virus.

Aún así, sale el sol cada día.

Y el pequeño gran placer de levantar la cara bajo la puerta de mi casa, mientras tomo un café, y dejo que los rayos me inunden, me hace sonreír hasta parecer tonta.

Cuídense ahí fuera.

Semana 5

IslaNegra. Chile

IslaNegra. Chile

 

Ya no cuento los días, son ya demasiados como para que tenga sentido una cuenta hacia delante o atrás, porque tampoco conocemos la métrica de ningún contador.  Así que vivo sin contar el tiempo. Instalada ya del todo en esta nueva normalidad (empiezo a odiar esta expresión).

Es increíble la facilidad que tiene el ser humano de adaptarse a las circunstancias. Hablo desde unas circunstancias privilegiadas, pero aún así, cada uno en su contexto, el que sea, los cambios han sido tan bestiales que resulta curioso ver cómo vamos desarrollando nuevos hábitos, ajustando las necesidades a las restricciones y metabolizando el shock.

 

Son tiempos de emociones fuertes, o más que fuertes complejas.:

Estamos haciendo un esfuerzo por adaptarnos a una cotidianidad nueva, por mantenernos sanos, psicológica, emocional y físicamente.

Estamos cuidando de quien lo está pasando peor y trabajando una empatía y solidaridad activa que hace apenas dos meses se restringía a nuestro ámbito familiar, próximo.

Estamos procesando una cantidad ingente de información confusa, a veces contradictoria sobre sanidad, protocolos, epidemiología, economía, sociología, historia, política…, información de la que es difícil abstraerse porque condiciona nuestra vida en el cortísimo plazo, en nuestros planes futuros, en nuestra esperanza.

Estamos conteniendo la necesidad de abrazarnos de tocarnos de re-encontrarnos.

Estamos haciendo el cuerpo fuerte acompañando a aquellos que han enfermado o que han perdido seres queridos (más de 20mil muertos en España cuando escribo esto), o controlando el miedo a que caiga alguno de los nuestros. (Hoy mis lágrimas por ti, Laura)

Estamos defendiéndonos de la estupidez, de la mezquindad, del oportunismo.

Y estamos intentando entender, vislumbrar cómo será el mundo al que saldremos y quien seremos en él.

Y estamos haciendo todo esto a la vez. Como si tuviéramos la capacidad de hacerlo, como si fuera posible.

 

No tengo certezas ni recetas, pero sí creo que algo sirve: Mira por encima de tus gafas de miope. Olvida un poco lo que te pasa a ti y observa qué ocurre alrededor. Creo que la mejor forma de cuidarnos como individuos es encontrando qué hacer a favor de los otros. Qué sabes hacer? Qué puedes hacer?:  El que sepa cantar que cante, el que sepa pintar que pinte, el que sepa escuchar que escuche, el que sepa educar que enseñe, el que pueda producir que produzca, el que pueda invertir que invierta, el que pueda ir a recoger la fruta que se está pudriendo en el campo que vaya, el que pueda acompañar a un mayor que conviva, el que pueda coser mascarillas que monte un taller (un abrazo padre!)  el que pueda traer máquinas de test de china que mueva cielo y tierra para conseguirlo (un tributo a los @covidwarriors).

Todos tenemos capacidades increíbles que apenas aprovechamos en una vida normal, individualista, estúpida en cierto modo. Pero ahora, creo que no hay mejor terapia que levantar la mirada de nuestra realidad insignificante y ponernos al servicio de esa comunidad de la que formamos parte, ya de una forma indiscutible e indisociable, y de la que tan claramente depende nuestra propia ventura.

 

Cuídense ahí fuera

 

Semana 4

Parque Nacional Puyehue Sur de Chile

Parque Nacional Puyehue Sur de Chile

Un mes completo encerrados en casa.

Esto va en serio.

Siento que es el estado de ánimo generalizado. Cada vez más grave, mas consciente.

 

Cada uno sigue su proceso personal, muy determinado por sus condiciones ambientales y también por su capacidad de usar la mente para adaptarse a situaciones nuevas, incómodas; para autogenerarse placer, para deleitarse con la belleza en sus múltiples formas y formatos; o para contenerse y equilibrar la locura latente que habita en todos nosotros.

 

Pero un mes es suficiente tiempo como para que el más fuerte “trontolli” (no encuentro la mejor traducción al español).

 

Al principio parecía un juego, una brecha de excepcionalidad en nuestras “controladas” vidas.

Nos quejábamos, pero había risas, fiestas virtuales, chistes, parloteo incesante sobre lo que estaba pasando, cómo, porqué. Pero a medida que pasan los días y especialmente esta semana, he notado a mi alrededor, cierto giro a la seriedad, al silencio, a la preocupación, al esfuerzo por el equilibrio, a la conciencia sobre sectores y poblaciones vulnerables.

 

Y me sorprende, me sigue sorprendiendo mucho, el ritmo acompasado con el que avanzamos todos por este túnel. Es como si un manto nos cubriera a todos por igual y nos igualara en la fragilidad y en la empatía, en el miedo y el consuelo, en la reflexión y la esperanza.

Como su todos fuéramos parte un único cuerpo conectado a un cerebro, a un único centro neurálgico. Me ocurre con gente cercana y con personas que viven a 10mil km.

 

Creo que hay una gran dosis de estrés. Intentamos sobrevivir al día a día, emocional, profesional, económicamente, la convivencia, las relaciones, pendientes de la salud de nuestros mayores, sobretodo si están solos; preocupados por el impacto de algo tan antinatural sobre los niños, los jóvenes. Esta semana he hecho alguna llamada a personas de las que hacía años que no me preocupaba directamente. Personas que imaginaba sufriendo. Imposible abstraerse.

 

Pero a ese estrés del día a día, también y a la vez, hay otro más abstracto, más difícil de gestionar. Intentamos vislumbrar con la máxima claridad posible qué está pasando; cómo está cambiando el mundo ahí fuera?. Cómo será todo cuando salgamos? Cuando podremos salir, de hecho?, Qué reglas tendrá el mundo Post-Covid?, Qué habrá arrasado esta plaga, qué seguirá en pie? Desde donde reconstruir? Cómo deberemos repensarnos? Cómo afectará a nuestras vidas?. Creo que no tenemos ni idea. Leemos artículos, seguimos a expertos, filósofos, economistas, políticos, analistas…No sé, todo el conocimiento del mundo está orientado a comprender la magnitud de este momento histórico, pero no sé si comprendemos hasta qué punto lo es.

 

Una reflexión concreta, demoledora y representativa: “La economía del mundo se tambalea porque estamos consumiendo sólo lo que necesitamos”. ¿De verdad podemos volver a olvidarlo al salir?

 

He visto hace un rato una entrevista a Ricardo Darín: Por primera vez y como nunca, unos dependemos de otros. De una llamada, de una buena reflexión, de un mensaje de ánimo, de ayuda logística, económica. Toda esa interdependencia nos obliga a mirar y aceptar nuestra vulnerabilidad. Nunca más podremos eludirla, ignorarla, enterrarla.

Y ello es un gran golpe al ego, que es nuestro gran monstruo interno.

No soy optimista y por eso mismo, intento ser positivo, decía Darín.

 

Y yo me aferro a la idea de que cada uno de nosotros puede aprender la lección de dejar de vivir desconectado del mundo al que pertenecemos, del impacto de cada pequeño gesto personal en lo colectivo. El mundo se ha parado y tenemos una tregua, que nos permite pensar y repensarnos. Una oportunidad única de construir, de crear, de aportar nuestra inteligencia, nuestro talento y nuestra sensibilidad, a un mundo más consciente, más sabio, más humano.

 

Esa será la victoria de esta mal llamada guerra.

 

«Si el peor de los infiernos puede salvarnos de la mayor de las mentiras, preparémonos para el infierno». Antonio Gramsci