La vida en cero coma

spidermanBarcelona va a quedarse en fase 0, bueno en fase 0,5, una condescendencia que hace que los pequeños comercios puedan abrir y que se puedan reunir hasta 10 personas en un velatorio. El resto sigue igual. Casi toda España pasa a fase 1 y creo que las islas a fase 2. Hay bastante coña con esto de las fases y las normativas asociadas. Si no fuera por lo dramático de la situación, tiene su gracia ver este juego de rol global, esperando instrucciones para saber qué podemos hacer y qué no hacer en las próximas 2 semanas.

El confinamiento ha sido la herramienta eficaz (a falta de otras como la anticipación, la planificación, la tecnología, el liderazgo…) para evitar muertes. Está claro que hemos salvados vidas, con tan sólo quedarnos en casa y entiendo la necesidad del control social mientras estemos en esta situación de emergencia; pero es tan surrealista y tan grotesco esto de vivir con el manual de instrucciones bajo el brazo, que a veces creo que me voy a despertar de un mal sueño.

No estoy pendiente de las fases y las normas. Prefiero seguir instalada en esta Pausa que caer en la vulgar desesperación de averiguar en qué fase y semana puedo ir a una terraza y con cuántos a la vez y a qué distancia de ellos.

Quedar sin tocar, llorar sin abrazar, follar sin besar (¿!)

Nunca he sabido vivir a medias. Ni amar a medias o a ratos, ni trabajar sin apasionarme por el proyecto, ni viajar sin fundirme en el ambiente, ni luchar sin esperanza, ni sufrir sin propósito. Así que personalmente, me va a costar más lo que viene que lo que hemos pasado.

Por otro lado, también creo que lo que estamos viviendo tiene cierto valor. ¿Cuantas veces en tu vida has dicho “Que se pare el mundo por favor?”. Pues eso ha ocurrido. Un gran artículo que he leído hoy lo llama “La Gran Pausa”, algo inexplicablemente increíble, un regalo, una oportunidad única de vernos a nosotros mismos, a nuestra vida, al entorno y al mundo en el que estamos.

Hace daño, porque la “Gran Pausa” ha puesto una lupa implacable, sobre todo. Nada se escapa, todo es más claro, más evidente, lo bueno y lo malo claro. La luz deslumbra, a veces duele, angustia, rompe; pero posiblemente nunca más vamos a tener este tiempo y este silencio para mirar sin excusas qué queremos, qué no queremos, quien somos, quien queremos ser.

Y hacerlo será nuestro escudo protector como sociedad, porque me temo que esta situación será usada por el “Poder” para diseñar la Nueva Normalidad que ellos quieran, no la que nosotros queremos y necesitamos.

Así que nuestra gran arma será la determinación de nuestra consciencia, más afilada, más madura, menos intoxicada; para construir nuestra versión de lo normal, porque si no aprovechamos esta sacudida para obtener cierta ventaja, no sé cuando lo haremos.

Es ahora, posiblemente por última vez.

Ahora escogeremos cada uno de nosotros el camino entre volver a un sucedáneo de la antigua normalidad, o sacudirnos el polvo y construir algo más limpio.

Me gusta la llamada de Julio Vincent a salir del “piloto automático”:

«De un ciudadano a otro, le ruego: respire hondo, ignore el ruido ensordecedor, y piense profundamente en lo que quiere volver a poner en su vida. Esta es nuestra oportunidad de deshacerse de la mierda y quedarnos con lo que funciona para nosotros, lo que hace nuestras vidas más ricas, lo que hace a nuestros hijos más felices, lo que nos hace realmente orgullosos.

Podemos hacerlo a escala personal en nuestros hogares, en cómo elegimos pasar el tiempo en familia por las noches y los fines de semana, qué vemos, qué escuchamos, qué comemos, y en qué elegimos gastar nuestros dólares y dónde. Podemos hacerlo localmente en nuestras comunidades, en qué organizaciones apoyamos, qué verdades decimos y a qué eventos asistimos. Y podemos hacerlo a nivel nacional en nuestro gobierno, en qué líderes votamos y a quiénes damos poder. Si queremos un aire más limpio, podemos hacerlo. Si queremos proteger a nuestros médicos y enfermeras del próximo virus, y proteger a todos los estadounidenses, podemos hacerlo. Si queremos que nuestros vecinos y amigos obtengan un ingreso digno, podemos hacer que eso suceda. Si queremos que millones de niños puedan comer si de repente su escuela está cerrada, podemos hacer que eso suceda. Y, sí, si sólo queremos vivir una vida más simple, también podemos hacer que eso suceda”.

Una entrevista publicada a TV3 esta semana a Noam Chomsky, nos recuerda también, que todo, quizás demasiado, depende de nosotros.

 Así que ya sabes, toma el control del mundo, mientras lees en el BOE a quien puedes besar

 Paradojas del mundo Post-Covid.

Nos vemos ahí fuera.

Descompresión

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Esta semana ha empezado la descompresión.

Seguimos confinados pero se permite la salida en franjas horarias, según tu perfil social, para realizar actividades en solitario o acompañando a niños o mayores. Yo salgo a correr o caminar en algún momento entre las 20h y las 23h de la noche. Es mi franja, porque la primera de la mañana es inasequible a mi ritmo de sueño.

Estamos muy lejos de la libertad, pero poder salir a la calle, sentir el aire en la cara, alejarte del paisaje monótono de estas semanas, redescubrir la ciudad, limpia, renovada, volver exhausta a casa, sentir el corazón bombear, subir a la ducha, como simulando una normalidad, tiene cierto efecto analgésico. Primeros días de retorno. Esto se acaba, pero no se acaba.

Ahora estamos en ese impasse de comprender que esto no ha sido sólo una interrupción, ha sido una transformación que aún no adivinamos a vislumbrar, y emocionalmente empezamos a combinar la resaca del aislamiento, con la adaptación a la idea de que no vamos a volver donde estábamos antes, y que vamos a tener que adaptarnos a una realidad que aún no conocemos, ni nos conocemos en ella.

Los humanos necesitamos certezas, y hay supongo cierta necesidad de aferrarnos a ellas, por difusas que sean. Por eso en medio del shock colectivo y del drama que vivimos, nos preocupamos por donde iremos de vacaciones este verano, como irán las promociones en la liga de futbol, pedir hora rápidamente en la peluquería o saber cuanto antes (sí, ya!, es importante!) si podemos ir 2 o 4 en un coche. Como queriendo forzar una cotidianidad perdida durante mucho tiempo, temiendo unos con más consciencia que otros, que todo sea un espejismo.

Es inevitable que esto nos haya transformado un poco en lo personal y colectivamente.

Me ha dejado de interesar mi aspecto físico. Me cuido, pero es un cuidado funcional, no estético. No tener que vestirme, arreglarme, someterme a la mirada ajena, al escrutinio social, a encajar con los estereotipos, ha sido liberador. Y creo que me va a seguir importando un carajo de ahora en adelante.

Me considero alguien empática y con una fuerte conciencia social, pero me siento más conectada que nunca a algo abstracto llamado Comunidad. Y ni siquiera es por generosidad, es por supervivencia, mía y colectiva. El preguntarnos tatas veces y genuinamente, cómo estás? Sean familia, amigos, colegas, clientes, inversores…genera vínculos distintos. De alguna forma todos nos hemos vuelto personas por encima de nuestros roles sociales y etiquetas, y esa vulnerabilidad compartida, creo que hará que se maticen las jerarquías y que podamos ser más naturales, menos agresivos.

Me ha gustado el silencio, el tiempo muerto, el quedarme quieta (yo que no he dejado de correr desde que tengo uso de razón). El permiso para no viajar 10mil km a una reunión, dar una conferencia desde casa, o firmar contratos desde mi sofá.

Creo que dejaré de gastar dinero en chorradas. Me sobra la mayoría de cosas que tengo en mi casa. De forma significativa tanta ropa que ahora se aburre en el armario. Comeré tanto como sea posible lo que compre en el mercado y cocine en mi propia casa. E invertiré en lo esencial, que no volveré a minusvalorar, entre ello compartir tiempo y espacio con la gente que quiero.

Ahora mirando atrás, veo que hemos transitado un túnel oscuro. Donde a veces parecía que perdías pie en tu estabilidad mental. Emociones de extremo, sueños quebradizos, necesidades aplazadas.

Vamos saliendo. Esto se acaba, pero no se acaba.

Habrá que dedicar buena parte del tiempo (quizás aquel que nos quede por los trabajos que perderemos) en combinar la solidaridad con los demás, con la militancia política radical, para barrer la mediocridad de la primera fila, para reivindicar a los trabajadores esenciales frente a los especuladores, para que la tecnología cierre brechas de desigualdad en vez de aumentarlas, para aprovechar la ventana ecológica que hemos abierto, para desenmascarar a algunos criminales, para evitar que gastemos cantidades ingentes de energía para reconstruir el s.XX en lugar de diseñar el futuro.

Vamos saliendo, pero esto no ha hecho más que empezar.

 

Nos vemos ahí fuera.

 

Semana 7

Tulum. Yucatán. México

Tulum. Yucatán. México

Empieza la vuelta a la vida, si es que esto ha sido una pequeña muerte.

Empezamos la tímida y ansiada vuelta a la “nueva normalidad” pautados, organizados, conducidos, por un comité de sabios que nos dicen cuando salir, cómo y con quien. (Hay que pensar sobre esto).

Hay una sensación de libertad vigilada, de actividad contenida, de equilibrios entre disciplina y lujuria vital, de euforia y tristeza, de relajación y ansiedad… que nos volverá a poner a prueba.

 

En agosto de 2007 pasaba unos días en la Rivera Maya en Mexico. Iba sola, como tantas veces, disfrutando de mis excursiones, lecturas, inmersiones, descubrimientos, cuando saltó la amenaza del Huracán Dean. Moverme a mi aire facilitó que me enrolara en los equipos de voluntariado que el complejo hotelero organizó para enfrentar el golpe.  Fueron 72 horas frenéticas hasta el toque de queda final. Todos en nuestras habitaciones sin salir, vestidos, con las bañeras llenas de agua y una bolsa de comida para tres días.

Recuerdo aquella noche con angustia y fascinación. Tenía miedo por si mi cubículo no resistía, pero de vez en cuando me acercaba a la puerta y ponía la mano para sentir la vibración.  Era como estar en el interior de una lavadora.

Cuando todo pasó, alguien recorrió las cabañas avisando que ya podíamos salir.

Vi a gente llorar ante tanta devastación. También vi a gente lloriquear y quejarse por no poder acercarse a la playa para seguir con sus vacaciones (muy parecido a lo que vemos ahora). Ves lo peor y lo mejor de lo que somos y ves también que no somos nada o tanto como para pensarnos el centro del universo. Aquella fuerza brutal de la naturaleza nos había sacudido como si fuéramos arena en un desierto.

 

Ayer salí a la calle, a pasear por primera vez en 54 días, y recordé aquella salida post-Dean. Durante una hora recorrí mi barrio, uno de los lugares más bonitos de una de las ciudades más bonitas del mundo. Estoy acostumbrada a redescubrir mis calles de vez en cuando. Lo hago cada vez que vuelvo de un viaje. Pero ayer todo era más intenso, las plazas, las calles arboladas, los parques, los rincones que han acogido tantas conversaciones, tanta vida; el aire limpio, todo brillaba más, todo en su sitio ahí esperándonos, precioso, familiar, permanente.

 

Este tiempo hemos aprendido a dejar de necesitar ciertas cosas, a valorar otras, a conformarnos con la sencillez de una canción, de una copa de vino, de un libro, de una conversación con sentido. Hemos dejado de consumir muchas emociones, porque la economía ha dejado de golpe de producir productos y servicios para alimentarlas y hemos tenido que redescubrir el placer en lo que teníamos a mano. En lo esencial.

 

Ayer un simple paseo me proporcionó tanta alegría como el más exótico de mis viajes.

 

La gente (de aquel perfil con los que compartía franja horaria de desconfinamiento) compartía de nuevo espacio abierto, después de semanas de aislamiento. Desconocidos sonreían bajo su máscara, miradas tristes, miradas cómplices, miradas interrogantes, miradas aturdidas. Alegría y liberación, pero también desconfianza y distancia. ¿Qué precio vamos a pagar por esto?

 

Echo de menos a muchas personas, y cada rincón me recordaba experiencias compartidas, pero no sé si quiero verlos y no poder abrazarles, no sé si puedo hablarles a dos metros de distancia, no sé si lo que viene ahora es aún más difícil que lo ya vivido.

 

Puede que un estado de alarma tenga el poder (cuestionable) de limitar nuestros movimientos, pero nada puede limitar nuestras emociones, y me parece que durante más tiempo del que pensamos, vamos a tener que hacer un gran esfuerzo de contención para que la vida no nos mate.

 

Nos vemos ahí fuera