Volcán Isluga

Volcan IslugaAyer fue el día de lavar lana. Hacía sol y había que aprovechar la oportunidad. Con frío y viento el día se dedicaría a algo más acorde con la climatología. Hay mil cosas que hacer pero el orden y los tiempos están organizados por las leyes de la naturaleza.

Metimos en el Yeep varios sacos de lana: piezas chales ya tejidos y también madejas ni siquiera ovilladas. Nos dirigimos a las termas de Aguas Calientes, allí, sobre una piedra, nos acomodamos (increíble las horas continuadas que pueden permanecer de rodillas las mujeres locales) para lavar durante horas. Jabón para arrancar la grasa de animal que aún tiene impregnada la lana, vigor para frotar eficazmente, aguas termales para salvar la piel y un paraje de ensueño para girarse y no creérselo.

Hoy, mientras la sra. Marina se quedaba tiñendo los chales en el patio de su casa, nos ha ofrecido su auto para pasear por el Parque Natural del volcán de Isluga.

Antes de salir de casa le he pedido que me explique como iban las marchas y los cuatro comandos. Nunca he conducido un coche automático así que la práctica en su patio creo que la ha dejado bastante preocupada.
He salido del pueblo a trompicones, pero tras unos minutos le he tomado el pulso al juego de pedales y rodábamos suave suave por la panamericana, desde donde se deja el asfalto y se toma el desvío a Isluga.
El primer tramo del camino está en buenas condiciones y me he relajado tanto que he empezado soltar freno y a deslizarme por las curvas del camino como si bailara con las quebradas, hasta que de la nada ha salido un camión de frente y tras un instintivo golpe de volante, me he salido de la carretera.
El coche a quedado subido a los montículos de arena que forman la cuneta y a medida que aceleraba para salir de allí, la rueda se hundía más y más. Al final con ayuda de unos cuantos hinchas que han ido parando a ver el espectáculo, hemos podido dejar atrás el incidente y seguir la ruta.

Llegamos a Isluga. Su vieja iglesia y su torre independiente se alzan en altiva competencia al volcán que da nombre al pueblo. Está activo. La fumarola permanente anuncia el clima en función de la dirección del viento. Hoy está nevando cerca, un gris plomizo lo envuelve todo y el aire duele.
El pueblo está casi abandonado, pero este lugar, que se ofrece fantasmal, se llena de gente para el carnaval. En las casas aparentemente abandonadas, se amontonan colchones en el suelo y durante unos días corre la bebida y la comida, a cargo del Alférez (designado por la comunidad como líder público durante un año), se danza y canta y se desata un frenesí difícil de imaginar en estos momentos de gélida quietud.

Seguimos el camino, cada vez más intransitable, hacia Enquelga.
Aquí viven unas pocas familias aymaras. Así es como cuentan a los habitantes en estas aldeas milenarias: allí viven 5 familias, allí 10 familias, allí una sola familia.
Enquelga es el pueblo de las tejedoras. Hay varias aquí que se organizan la producción con sorprendente (malditos prejuicios) eficiencia. Se sabe quien hila bien, cual es la mejor opción para ovillar, quien teje mejor, a cuatro estacas, a palillos, chales, ponchos, gorros, pieceras, cintas. Una de ellas nos enseña la pieza con la que ganó el premio a la excelencia el año pasado. Y por qué uevá (mierda –en este contexto-) hay que organizar un premio a la excelencia aquí arriba?!!

El día es inestable a ratos llueve, a ratos un claro en las nubes da cierta tregua al frío. A pesar de ello, nos vamos de nuevo a la terma de “Aguas calientes” a bañarnos.
Lo tenemos todo pensado: Hemos traído con nosotras los sacos de dormir. Nos desnudaremos rápido y saltaremos al agua. Los sacos abiertos y preparados nos esperarán en la orilla. Disfrutaremos del baño cálido y al salir, correremos hacia el saco, y allí dentro, al amparo del viento y la lluvia incipiente, nos secaremos y volveremos a vestir.
No fue tan fluído como lo imaginamos, pero así lo hicimos.
Una vez recuperadas del tembleque, nos dispusimos a comer el picnic que nos habían preparado en el hostal: dos huevos duros para cada una, un pancito y un té caliente.

Camino de nuevo de Equelga pasamos por la oficina de la Conaf a decirle al guardabosques que andábamos por allí. Nos recomendó visitar la laguna Arabilla y allá que fuimos.

El camino se complicaba cada vez más. Yo esperaba que el todoterreno hiciera honor a su nombre. Pero cuanto más difícil más sobrecogedor el entorno, los desfiladeros, los riachuelos, las llamas y alpacas curiosas a nuestro paso. En un punto del camino hay que cruzar una plataforma sumergida en un río.
Por un rato dudamos. Se trata no sólo de no salirse de la plataforma, sino de que la profundidad y la fuerza del agua no supere la capacidad del coche.

Finalmente pasamos y valió la pena!. Una extensión de agua en medio de montañas en perfecta perspectiva y orden de altura como para que la vista se pierda en los picos del horizonte. El sol de la tarde acariciaba los cerros dónde estallaba la luz en mil tonos del verde al ocre.
Los flamencos, bandadas, jugaban con el agua ajenos a nuestro éxtasis.

De vuelta a Enquelga, la niña Engerboth, una pequeña diosa, nos hace mil preguntas, nos enseña orgullosa su pueblo, su escuela, nos saca fotografías, primero con la cámara de Gabi, luego con su propio celular. Nos estudia, habla aimara con sus familiares (su abuela y sus tíos están allí, bajo el telar), nos observa, nos vende con exquisita habilidad mercantil, prendas de lana de alpaca que guarda en un saco. Le hablo de María, que tiene su edad, me pregunta muchas cosas sobre ella, sobre mi madre. Me dice que ella también está enferma, y entonces veo que tiene un brazo inmóvil, no consigo aclarar si por algo pasajero o por alguna fatalidad. Inspira tanta ternura, y a la vez tanto respeto. En su mirada intensa se concentra lo mejor de este mundo.

Hoy la luz se ha ido a las 22h . quizás porque ha hecho poco sol y no hay mucha energía acumulada. En el pueblo hace días que no hay luz. Cuando el generador funciona hay electricidad un par de horas al día. En el hostal son autosuficientes gracias a placas solares, pero la restricción de dos horas se mantiene. Tiro de batería del MAC. Que raro suena esto aquí.
Todas estas cosas que usamos, que consideramos artilugios del conocimiento, de mass-communication y que no sirven de nada si no tienes donde enchufarlo!. Todo esto se queda tan pequeño ante el conocimiento práctico y vital de los que viven aquí arriba. De ese conocimiento del que depende la subsistencia. Aquí, a medio camino entre la tierra y el cielo, casi todo lo que pasa ahí abajo, parece ahora irrelevante, banal, irreal.

Colchane

ColchaneAquí arriba la vida transcurre a cámara lenta. Incluso hablar es un esfuerzo, lo que resulta un buen entrenamiento para allá abajo.
Gabriela había medio bromeado antes de llegar al decirme “no hables español”, “y entonces?”, “de hecho, mejor no hables, que se nota demasiado que no eres de aquí, y no es lugar para gringos”. Así que mi incapacidad de gestionar la escasez de oxígeno bien pudo pasar por prudencia y respeto.

Salimos el jueves de Santiago rumbo a Iquique. El día había sido ajetreado así que hubo que correr al final para cambiarse a toda prisa el traje chaqueta por ropa de montaña, armar sin mucho tino una mochila poco convencional y salir hacia el aeropuerto.
Apenas pudimos ver nada de Iquique, tan solo el recorrido por los barrios antiguos salteados de casitas de madera de colores (recordaba a la también costera Valparaíso) y la central de autobuses, dónde es fácil desorientarse entre lugareños, visitantes, sacos, cajas, bolsas, pasajeros, vendedores ambulantes, guardianes del “orden”…. Nuestras mochilas pesaban demasiado, así que nos movíamos con dificultad por aquel submundo. Añadid una botella de 2 litros de agua cada una, en la que habíamos disuelto un compuesto de sales para aumentar el efecto hidratante (esencial parece ser a determinada altura) del agua, que había tomado un gusto a medicina horrible.

Uno de aquellos autobuses (Vete tu a saber cual y a quien preguntar), nos llevaría a Colchane, casi 300km por la ruta que pasa a Bolivia. De hecho Colchane es el paso oficial en los andes entre los dos países, así que el autobús era como una lanzadera de mercaderías y transeúntes en un efervescente trasiego fronterizo.

Nos acomodamos en unos asientos polvorientos pero confortables e iniciamos el camino. Me entró en seguida un gran sopor y fui dormitando casi todo el camino. Quería ver el paisaje, pero no conseguía mantenerme despierta. De vez en cuando Gabriela me daba un codazo al pasar por las antiguas oficinas salitreras o por las montañas con jeroglíficos ancestrales, pero yo apenas miraba, le decía que sí, le daba un trago penitente al agua salinizada y volvía a un sueño profundo.

Al cabo de 4 horas llegamos a Colchane. El autobús se para. El cochero tira en la cuneta los bultos. Sales atontada. El aire sopla tan fuerte que apenas se puede oír nada más. Mis bolsas? Sus bolsas? Y el saco? Allá? Algo más? No? Seguro que esto es Colchane?!! Sí señora!.

Nos abrigamos bien, hace sol, pero estamos a casi 4.000 mt. Y los vientos de la tarde soplan implacables. Colchane, en la provincia del Tamarugal, región de Tarapacá, es sólo una calle. A ambos lados una fila irregular de casas de adobe y piedra, finalizan en el paso fronterizo con Bolivia. Hay un puesto de carabineros, un colegio, posta, hotel (fantasma) y un hostal (“El camino del Inca”). Todos esos servicios lo convierten en el centro social y comercial de la zona. Preguntamos por la casa de la Sra. Marina que es quien nos atrae aquí de la mano de Gabriela. Obviamente no resulta difícil dar con ella.

Estamos en territorio aymara. Entramos, con respeto, casi reverencia a una casa en la penumbra. Aquí no hay luz. Se vive en perfecta armonía con el reloj solar. Marina está en cama con un buen resfriado.  A pesar de eso nos recibe contenta y nos empieza a contar su peculiar historia. Su hermana ha venido a cuidar de ella, así que nos instalamos en el hostal, a unos metros de su casa.

Un buen campamento base para visitar la zona. La comida (sin posibilidad de escoger) es contundente, sopas, pucheros, guisos, asados, platos grandes para hombres grandes que hacen aquí parada durante sus rutas agotadoras. La carne es de llamo, y pollo principalmente. Yo me abstengo. No confío mucho en mi desubicado sistema inmunológico, así que llevo dos días (y los que quedan) a base de patata, arroz, palta, queso, huevos y ensalada de lechuga y tomate. Alguna sopa de verdura con la que han acompañado el plato fuerte y el anhelado “pansito”, una torta de pan que amasan y hornean aquí mismo todos los días. Mis desayunos comidas y cenas consisten en las creativas combinaciones de esos elementos.

Primer día y controlando el mal de altura, gracias a unas pastillitas de Acetazolamida (que conviene empezar a tomar un par de días antes de subir) y al  mate de coca que tomamos varias veces al día. Aún así, a veces respiro hondo como para cerciorarme de que hay suficiente oxígeno disponible. De momento todo va bien, pero hay cambiar hábitos rápidamente. Cruzar la calle alocadamente, saltar de frío, vestirse apresuradamente, buscar debajo de la cama un calcetín perdido…, cualquier movimiento brusco o  mínimo esfuerzo físico hace que jadees durante minutos, y que las montañas se pongan a girar alrededor de un fuerte dolor de cabeza que te recuerda que aquí tonterías, las justas.

Cantata de Santa María de Iquique

Cantata Santa María de IquiqueLos mineros del salitre de la pampa agonizan. Llevan años sufriendo el despotismo feudal de las oficinas salitreras, que someten a miles de chilenos, peruanos y bolivianos a condiciones de trabajo infrahumanas. El cobre y la sal son el nuevo oro, y las regiones de Tarapacá y Antofagasta en el desierto de Atacama, son poco más que campos de concentración, destinados a su explotación salvaje.

Los trabajadores, viven en casas propiedad de sus patronos y cobran en fichas de valor arbitrario, que sólo pueden canjear por alimentos, en los establecimientos propiedad de las propias empresas para las que trabajan. Éstas manejan la tensión por la supervivencia con crueldad infame.

Hoy hablaba con mi amigo Freddy, en un almuerzo confortable en el recurrente Café del Museo. Entre presentaciones y proyectos, hablábamos del mundo, del mismo mundo, a pesar de la distancia de nuestras vidas, orígenes e historias. Hablo desde el punto más bajo de mis estados ciclotímicos, cuando le digo que cuesta mantener la esperanza. Él en cambio, rebosa vitalidad y cuando dice que “algo está pasando” no habla desde la ingenuidad, el misticismo o la idiotez, sino desde la consciencia y la capacidad de conectar experiencias propias y ajenas, pequeñas anécdotas con tendencias globales. Parece que una revolución silenciosa puede en cualquier momento dar el respaldo de masa crítica que necesitan algunos destellos de rebeldía, de diferente grado de impacto y relevancia, pero otras veces parece que vamos a sucumbir al silencio, atónitos, incrédulos, incapaces, escandalizados, indignados, desarmados, desorganizados. Subproductos del mismo sistema que queremos desactivar. Coincidíamos en que parece que nos acerquemos a un día D. Quizás es sólo el único formato que somos capaces de imaginar para liberar tanta presión. No sé, conjeturas de hormiga ante un desfile de dinosaurios, pero parece que la espiral se acelera, los ritmos se atropellan, los acontecimientos nos superan y no hay refugio, el colapso será global si no desactivamos a tiempo el artefacto cosmo-económico que hemos engendrado.

Los mineros han decidido reivindicar sus derechos. Columnas de trabajadores en huelga bajan a Iquique , donde quieren concentrarse frente al gobierno regional y exponer sus demandas. Se les va sumando gente. Son miles. 12.000 obreros en huelga (parece que suficiente masa crítica), de Chile, Perú, Bolivia, Argentina. Vienen con sus mujeres e hijos. Confían en ser escuchados.

“Vamos mujer, partamos a la ciudad.
Todo será distinto, no hay que dudar.
No hay que dudar, confía, ya vas a ver,
Porque en Iquique todos van a entender (…)
Toma mujer mi manta, te abrigará.
Ponte al niñito en brazos, no llorará(…)
Largo camino tienes que recorrer
Atravesando cerros, vamos mujer.
Vamos mujer, confía, que hay que llegar”

Cristián estaba nervioso estos días. El rigor de los proyectos, el stress habitual, la exigencia de estas semanas en diferentes frentes (él es uno de aquellos Sr.Lobo tan apreciados en proyectos complejos), se juntaba con los ensayos del estreno de la Cantata de Santa Maria de Iquique, que el grupo Merkén y asociados, preparaba estos días. Cómo me decía una amiga en el concierto, quien es músico lo es antes de que ninguna otra cosa. Y claramente, hoy en el escenario, mi colega no era un director de proyectos que toca el contrabajo. Es un músico que hace mil cosas más, como algunas de esas que yo comparto a ratos con él.

La cantata narra la historia de la matanza de los mineros en huelga en la Escuela de Santa Maria de Iquique. Pregones, cánticos, música folclórica chilena, y una puesta en escena exquisita, te transportan al desierto, al éxodo, al cansancio, a la esperanza traicionera, a la dignidad, a los hombres valientes, a las mujeres cómplices, a los niños despreocupados.

El teatro vibra al son de los charangos y zampoñas. Está lleno. Somos familia y amigos (pero es que aquí, la familia y los amigos suelen ser legión). Freddy y toda su gente se despliegan ocupando toda la fila a mi izquierda. Cristian, está en el escenario junto con otros veintidós músicos de edades que van desde los 13 a los 60 y fisionomías que recorren el mundo. La emoción es el lenguaje con el que conversa toda la sala. Pocas veces ocurre de forma tan evidente, tan palpable, tan surrealista, tan real. El ritmo se acelera y el bombo acompasa la angustia creciente. El grupo de mujeres, en primer plano, canta alto y claro.

El general Roberto Silva Renard, se dirige a los representantes de los huelguistas para disuadirles «no sirve de nada tanta comedia, dejad de inventar tanta miseria, que no entendéis deberes, sois ignorantes, que perturbáis el orden» . El portavoz responde, un tiro lo calla. Y tras ello, el ejército masacra a metralla a los hombres mujeres y niños concentrados en la Escuela de Santa Maria. 3.600.

21 de diciembre de 1907, ayer, hoy.

Al salir me presentaron a Marcelo, a cargo de la fotografía y el documental audiovisual que se está montando. Así que espero que esta pequeña obra de arte recorra pronto el mundo y se convierta en uno de esos destellos de rebeldía y genialidad que hacen de este lugar “un mundo mejor”.

En dos días, casualidades divinas, tomo un vuelo a Iquique, allí pasaremos noche y un autobús recorrerá en sentido inverso, los cerros del salitre, dirección a Colchane. En las frías noches del altiplano, seguirá durante días resonando en mi cabeza, los acordes de la Cantata de Santa María y su mensaje universal y atemporal.