Hace muchos años que me dedico a la dirección de proyectos. Y lo seguiré haciendo. El principal motivo, porque me encanta.
Los proyectos te obligan a varias cosas:
1. Entender una realidad, un problema, su contexto, su origen. Leer entre líneas durante eso que llamamos la toma de requerimientos. Imaginar futuros escenarios, de nuevo contextualizarlos, documentarse, investigar, conectar ideas. Transformar. Quizás esa es la magia de un proyecto. El espacio donde ocurre ya no es el mismo que en origen. Satisface esa necesidad humana de influir en tu entorno, de transformar realidades, de convertir ideas en acción, de provocar cambios.
2. Un proyecto te obliga también a la convivencia entre personas y a la gestión de esas relaciones. Pocas cosas cohesionan más que trabajar con un objetivo común pero a la vez, la presión de unos plazos y unos recursos finitos, tensa e intensifica esas relaciones hasta provocar momentos de lo más gloriosos o de los más conflictivos. Pero el conflicto, no es malo, creo, creemos muchos, que ayuda a progresar y a conocernos a nosotros mismos y a los demás. Los proyectos son familias provisionales, ecosistemas sociales donde estamos condenados a entendernos para obtener resultados. Y no hay metodología que nos asista ante semejante desafío.
3. Una tercera cosa (supongo que la lista podría seguir) a la que obliga un proyecto es a salir. La diferencia entre una actividad continua y un proyecto es el carácter finito de este último. Un proyecto tiene un principio y un fin. Saber cerrar un proyecto es un acto de maestría que he visto muy pocas veces.
Hay una cita de Richard Templar que dice : «El primer 90% de un proyecto se toma el 90% del tiempo…el último 10% se toma el otro 90% del tiempo«.
Y Tom Peters, ante esto recomienda que busquemos lo que él llama “El tipo último 2%”: Aquel incansable, meticuloso y tenaz que es capaz de rematar la faena.
Pero hay más: Cuando el proyecto termina, has de abandonarlo. Abandonarlo emocionalmente. Hay que hacer el esfuerzo de desvincularse y dejar que otros lo mantengan, lo hagan evolucionar o lo destrocen, pero hay que salir. Por higiene mental, por rendimiento personal y por respeto a los que vienen detrás tuyo. Reconozco que esta parte es la que más me cuesta, pero siempre hay alguien cerca que con cariño y determinación me mira y me dice algo así como “se acabó”, “descansa”, “gracias”, “todo está en orden”, “ya no te necesitamos” 😉
Me dedicaré a proyectos que estén vinculados a motivaciones personales. Cuando trabajas para un tercero (en una empresa) esto es más difícil, pero desde la independencia (la artesanía), quiero vincular la pasión por el formato con la pasión por el objetivo. Ahora que escribo esto, creo que siempre he hecho mío el objetivo de los otros (los otros son los clientes), me cuesta recordar haber hecho algo por pura mecánica o disciplina, aunque supongo que ha sido una fórmula ocasionalmente necesaria y autoimpuesta para pasarlo bien y conseguir comprometerme. El caso es que puestos a dejarse la piel, intentaré, en la medida de lo posible, escoger las causas a las que entrego mi energía.
Curioso, he empezado a escribir con la intención de definir las fases de un proyecto, y al final ha salido esto. Otro día entramos en materia.
Ayer, mientras Obama hablaba al mundo, 



