Manganari

DSC_0718Hoy (ayer) he encontrado La Playa. Tiene un nombre evocador Manganari, pero había leído tantas veces su nombre en las ofertas de excursiones, que imaginé que sería una de esas grandes playas concurridas y ruidosas.

Me decidí a ir porque es la más lejana de dónde estoy. El autobús ha de subir hasta el norte por la única carretera que hay y que una vez allí, hace un giro en forma de «1» y conduce al extremo sur, dónde está la playa en cuestión. No hay otra forma de llegar, si uno no tiene un yate privado.

El viaje, de una hora de duración recorre 25km de trayecto (no me salían las cuentas) y permite conocer casi por completo el interior de la isla. Esa inspección me interesaba porque quiero alquilar algo motorizado y subir más al norte del norte de hoy a buscar la tumba de Homero (que se ha convertido en una tonta obsesión). Me intimidaba el hecho de no saber cómo son las carreteras, si hay señalizaciones o sencillamente en qué dirección salir.

Todas las dudas despejadas. Apenas salimos de Chora, el autocar enfila una ladera y empieza a subir como en la primera, lenta y tensa escalada a la cima de una montaña rusa. A partir de ahí no hay más paisaje que montañas desiertas de roca, cubiertas de vez en cuando por un manto de arbustos bajos. No hay poblaciones en toda la isla, a parte de Chora y Ormos, un barrio que rodea el puerto.
Es curioso no obstante que la isla está poblada de pequeñas y radiantes ermitas, encaramadas a los riscos, sin caminos visibles que conduzcan a ellas y sin función aparente en este desierto.

En las bajadas, los frenos del autobús chirrían como si fueran los gritos un animal degollado. Me acomodo en el asiento, arrepintiéndome de haber escogido la primera fila. Empiezo a divagar con análisis estériles (lo hago también en los aviones) sobre cual sería el lugar más seguro en caso de accidente. Miro hacia abajo, la perspectiva no me da para ver el asfalto y bajo mi asiento, directamente el precipicio. ¿Cuántos habrán caído por ahí?. Busco en el fondo, restos de coches quemados o autobuses destrozados, como para confirmar mis paranoicas sospechas, pero no veo nada, solo rocas. Los deben retirar deprisa para no asustar a los turistas ;-[

El autobús sube y baja montañas peladas. El paisaje, a pesar de la monotonía es bellísimo. Debemos estar en la más alta, no creo que más de 1.000 mt, aunque parecen más altas por la desnudez del terreno. Se ve el mar en todas direcciones. Contrasta, lo inaccesible, protegida e imperturbable del interior de la isla, con la cesión a las “invasiones bárbaras” de las zonas de la costa.

Llegamos a Manganari. La playa, y sólo la playa, apenas un par de establecimientos. Uno más grande y confortable. En un extremo, una taberna hecha con troncos que en algún momento estuvieron pintados de azul y una pequeña cocina de piedra blanca. En la arena, unas sombrillas de paja y unas hamacas oxidadas (que nadie cuida y por las que nadie cobra), el mar y el silencio.
A pesar de que las montañas empiezan a muy pocos metros de la orilla, la playa es plana, la entrada al agua (cristalina, casi blanca) suave. Al fondo, la silueta de Santorini.

En el restaurante principal alquilan habitaciones “Dimitri & Helena’s Rooms”, así que si para alguien el paraíso tiene forma de playa tranquila, pescado fresco, queso feta y vino, que pregunte por Manganari.

The Party Island

Llevo tres días en Ios, bueno, operativos dos, porque el primero lo dormí casi entero debido a un agotador viaje de 24 horas desde la salida de Barcelona, hasta llegar a esta Isla, via Atenas y Santorini. No es un problema de distancias tanto como de organización y cumplimiento de horarios, pero nada fuera de lo tristemente común cuando uno se mueve por el mundo y no tiene un jet privado.

La isla está tomada por jóvenes europeos y norteamericanos, que vienen a ella con el único propósito de vivir una juerga continua. Esto es la PartyIsland dicen, y supongo que con el tiempo, por una cuestión de selección cultural, todo en la isla está organizado alrededor de esta actividad.
Para una turista con alma de viajera, perfectamente indocumentada, con ganas de calma, historia, naturaleza y tradición, este no es el mejor lugar del mundo para dejarse caer, pero era consciente del riesgo de lanzarme a un viaje sin más preparativo ni previsión que cuatro clics en la web de Lastminute.
A pesar de todo, el ambiente irreal que se vive aquí, mezclado con la belleza de la isla, me hacen pensar que se presentan por delante días curiosos.

Yo voy con el horario cambiado: cuando yo me voy a dormir, para el resto del mundo empieza lo bueno. Las mañanas son tranquilas, puedo escoger hamaca en la piscina del hotel, y a medida que avanza el día, van apareciendo cuerpos esculpidos y bronceados que terminan su último sueño bajo el sol.
Yo los observo con mirada antropológica. Nos saludamos con cortesía pero nos sabemos de distinta tribu.

Antes de que reaccionen, yo he abandonado la piscina para irme a la playa. Es mejor ir por la tarde para que la montaña que hay que subir de vuelta, no esté encendida por el sol.
Descubrí esa playa tranquila, casi una cala inaccesible, por error. Cogí la carretera que lleva a la gran playa de Mylopotas, pero a medio camino vi un cartel de madera con unas letras a tiza que decían beach precedido de un nombre que entonces yo era incapaz de distinguir de Mylopotas (Kolitzani ;-. Kolitzani Beach), así que me desvié por un camino abrupto y tras media hora de incertezas resbalando por unos peñascos, apareció a lo lejos la salida al mar y una parte de lo que parecía una apacible playa. Ha sido por ahora el mejor descubrimiento de estos días.

Otras cosas están más difíciles. El turismo de jóvenes enloquecidos ha barrido cualquier atisbo de cultura autóctona. Aquí no hay nada que visitar ni ver, salvo la poderosa belleza natural de la isla, imperturbable al paso de modas y vicisitudes humanas.
La tumba de Homero, por quien he preguntado sin mucho éxito desde que llegué, se encuentra (me lo han explicado esta noche los camareros de la cena) en un lugar al que no llega el más mínimo transporte público, completamente dedicado a trasegar bañistas entre las grandes y concurridas playas de la isla. «Tendrás que alquilar una moto», me decían, entre avergonzados y divertidos.

Dadas las circunstancias, tendré que buscar un ritmo propio, al margen del que impone la actividad principal de la isla. Construir una pequeña rutina, una provisional cotidianidad, que de sentido a los días, y ayude a descubrir lo que hay debajo de esa capa superficial de apariencia insalvable y cegadora a los misterios de este lugar y sus gentes.

Ayer, caminando por un sendero, sin rumbo, me sorprendió una puesta de sol magnífica. Me quedé allí, sentada en la cuneta de un camino que bordeaba un acantilado, entregada aquella imagen sobrecogedora de el sol engullido por el mar.
Al volver sobre mis pasos, vi, a unos cuantos metros sobre mi cabeza, la terraza de un bar, desde el que pensé se debe tener una perspectiva privilegiada de las puestas de sol. Hoy la he visto desde allí, y quizás mañana vuelva a la misma hora. La camarera, después de charlar un rato, me ha escrito en un papel algunas playas que sólo conocen los de aquí y algunos bares “tradicionales griegos” en el pueblo, estos últimos reservas protegidas dónde no pueden entrar los turistas, pero me miraba y me decía que quizás yo sí. No he sabido si tomármelo como un cumplido o como una condescendiente conclusión de que mi aspecto y actitud, tan fuera de contexto, no representa ninguna amenaza para los lugareños.

Entre los libros de una planificada lista, que me he traído, uno, tan improvisado como el viaje. Se coló a última hora en la maleta: “Ébano” de Ryszard Kapuscinski, uno de los mejores compañeros de viaje con los que una se puede perder y que completa el paisaje emocional de mis primeros días aquí.

Kalinijta.

Citas de verano

veranoHa sido un día bonito. El último de esos tiempos de intermedios que vivo mal. Es un desconcierto ya reconocido, entre que termino la actividad profesional (al menos la más intensa) y me voy a algún sitio de vacaciones.
Es como ir corriendo a toda velocidad y de golpe detenerte contra una pared.
Cada año necesito unos días, difíciles, raros, para cambiar el paso.

En estos días (falta aquí un “querida amiga”), he recuperado amigos “abandonados”, conversaciones aplazadas, lecturas pendientes y mi cuerpo, malcuidado y entumecido que ahora dejo que el sol abrase, mientras me muevo por Barcelona con una bici recién estrenada, que me ha devuelto una sensación de libertad deliciosa.

La primera cita fue con Nicolás, mi querido profesor del instituto, aunque la etiqueta es ya insuficiente porque ahora es además un gran amigo y alguien que desde que nos volvimos a encontrar, ejerce cada vez más sobre mi, una influencia balsámica y reparadora que busco como un oasis en cuanto tengo el primer momento de calma. “Aterrizo en ti” le dije asustándole un poco creo.
Escuchó como un buen maestro, todas mis batallitas y me explicó historias conmovedoras sobre su relación con la escuela, la sociedad, la docencia, y los alumnos a los que ayuda a crecer como seres humanos tanto como profesionales.

La cita con Eva, fue un encuentro de mujeres, de aquellos en los que llegas a conclusiones sabias y terribles sobre los miedos, los esteriotipos, las relaciones, y los quesitos rosas!! sin los cuales, no ganas al trivial por muy puesta que estés en literatura, ciencias y otras materias.

Lidia se ha separado pero está serena, lúcida y dispuesta a envalentonarse con sus fantasmas y llevárselos de fiesta si es necesario.

Manel me llevó a una coctelería. Se está convirtiendo en un ritual. Y hablamos entre otras cosas, del necesario equilibrio entre la consultoria y el sexo ;-). A ver si llegamos a alguna conclusión en una cena pendiente.

Hoy el día empezaba con Maite Darceles y Ester Vidal, café y magdalenas para ambientar complicidades, agradecimientos y algunas propuestas, entre otras, elaborar un fondo documental común, dónde a falta de indicadores y métricas a priori, podamos recurrir a casos prácticos y éxitos demostrables de empresas que han arriesgado y se han beneficiado de modelos organizativos y productivos innovadores, basados en las personas y su conocimiento.

«Al vespre» me esperaban en su casa-estudio. Una fabulosa estancia en pleno casco antiguo de Barcelona, Malena, Enrique y Claudio . Nos conocimos en la sesión de debatdevi dónde hace una semanas presentábamos nuestros proyectos y nos intuimos cómplices.
Han pasado las horas como un fogonazo. Malena me prometió cava y terracita pero lo mejor ha sido, como era de esperar, la conversación. Su amplia casa abierta para aquellos que aquí y allá queremos recuperar el placer de la tertulia, dónde lo profesional y lo personal se mezclan sin remedio, dónde las ganas de compartir y de aprender superan diferencias técnicas (con algunos de esta lista aún no acabamos de comprendernos a qué nos dedicamos exactamente), y dónde la curiosidad por el ser humano y su capacidad de innovar para transformar su entorno, nos hace buscar siempre cómplices con los que conversar.

Entre unos y otros han configurado la lista de libros que hoy cargaba en la mochila y que me acompañarán ese verano:

Sí, un exceso, pero no vendrá de uno.

Feliz verano a tod@s!