Maururu

Cuando sale un avión de la Isla de Pascua, todos tienen a alguien a quien despedir. Se va a pié a la pista, que está a 10 minutos girando a la izquierda, al final de la calle principal. Allá se encuentran los que llegan con los que se van, las mercaderías que abastecen la isla con los envíos al continente.

Tuve más despedidas en el aeropuerto de las que explican apenas 10 días en un lugar, pero es que allí estaban todos, como si la llegada de un avión congregara a la población a modo de feria dominguera. Al mirar atrás vi aquellas vidas dispares, ahora conectadas en mi recuerdo, cerrando el círculo de un suceder de acontecimientos con diversos protagonistas, como en esas películas puzle donde todas las historias aportan algo al mensaje que se despliega en un hilo conductor común.

 

Los dos últimos días en la isla no paró de llover.

“Has visto cómo está el mar?” me preguntó Talo al llegar el centro de buceo, “…pues eso, si sabes surfear te prestamos una tabla, pero las inmersiones están canceladas para todo el día”.

Seguí unos pasos hasta la caleta para ver el espectáculo. Debe ser una sensación increíble la de mantenerse en pie sobre esas olas.

Lloré. La belleza a veces me emociona hasta las lágrimas inevitables. El anticipo de la nostalgia, la majestuosidad del mar en toda tu bravura, la mágica sensación de estar tan alejada de todo, tan sola y tan plena a la vez.

Talo descubrió mis lágrimas. “Ay amiga!. Eres de esas…”. (qué?! Mujeres? Personas?, lloronas? …). “Conectaste con la energía de la Isla”.

“Qué energía?. Eso es un cuento que alimentáis para atraer a turistas. Como el Mohai ese hundido, que sumergisteis vosotros mismos para que los buceadores nos hagamos estúpidas fotos bajo el agua”. Me abrazó, como si lo hiciera a su hermana chica, y con una sonrisa condescendiente me llevó con los demás.

 

La gente se concentraba en el centro de buceo y todos recibían el mismo mensaje, así que en poco rato, la pequeña tetería contigua era el escenario de una efervescente tertulia entre lugareños y visitantes. El porche nos protegía de la lluvia que empezaba a ser persistente. Andrea (la sirena) conoce hace años a Beatriz, la dueña del pequeño establecimiento, bióloga, chilena de origen alemán y casada con un RapaNui desde hace años. Entre las tres podríamos dedicar una vida paralela a diseñar un proyecto de sustentabilidad en la isla. Se ha intentado varias veces y parece que ahora la tensión social empieza a no dejar margen para posponerlo más.

Hay apenas 5.000 personas en la isla, un lugar del que es difícil salir y entrar, todas el en mismo y único municipio de HangaRoa, donde conviven culturas casi opuestas: Instituciones oficiales vs. Autoridades ancestrales que persisten entre los clanes RapaNui; Cristianismo vs. Paganismo; Polinésicos frente a Continentales; Naturaleza (aún salvaje) ante (imparable) progreso….

 

Tantas ideas, tantos desafíos, tan sistémico todo en aquel pequeño territorio tan peculiar, tan frágil, tan potente. Qué difícil renunciar a algunos senderos desviados de la vida.

 

Subí al avión respondiendo que No a la pregunta de “volverás?”. (“has mirado el mapa?”). Pero ahora, ya en tierra firme, creo que nunca me iré del todo de allá.

“Por muy lejos que uno vaya, siempre acaba encontrándose con uno mismo”…de hecho a veces que hay que irse muy lejos para dejar que ocurra.

Maururu

vinoenlacaleta

Categoría: Pasiones, Personas, Proyectos

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