Chiloé

ChiloéEl día de navidad entré en Chiloé. El archipiélago donde el agua y el viento  curten la tez de los marineros, los seres mitológicos brindan con licores mágicos con las gentes sencillas, y las suaves colinas besan el mar entregándole su espeso manto verde a ritmo de mareas o oleajes.

Pisaba por primera vez esta tierra mítica por tanto tiempo evocada. Lo hice dormida, en el transbordador donde vehículos y viandantes se agolpan para cruzar el estrecho de Chacao.

El trayecto dura unos 45min, pero a mi me pareció que hacía dos segundos que había cerrado los ojos en el asiento del coche, cuando el golpe de tocar tierra me despertó bruscamente.

Llovía. Como si hubiéramos cambiado de mundo en un pestañear. De clima, de topografía. Algo desorientada me dirigí a Ancud, al noroeste de la gran isla.

El día dio para poco más. Seguí durmiendo el súbito cansancio en la habitación más increíble en la que he dormido nunca (en el hostal Nuevo Mundo) y bajé ya tarde a prepararme un té a la cocina común del albergue, donde los otros viajeros (de diversas nacionalidades y edades) leían, escribían o conversaban en voz baja.  Me pareció una estampa entrañable.

 

Al día siguiente fui a navegar desde Puñihuil a los islotes donde habitan los pingüinos. Esta es la única zona del mundo donde conviven dos especies. De aquí hacia el norte, la corriente de Humboldt acoge a los pingüinos del mismo nombre y hacia el sur, navegan los Magallánicos, pero en Chiloé confluyen las dos corrientes, así que se da esta rareza de convivencia.

Seguí rumbo a Castro, la capital de Chiloé y el punto de referencia para buscar, ya por carreteras secundarias y caminos, el hotel donde, por intermediación de un amigo, me esperaban.

Hay que ir con cuidado por la isla. Fuera de la RUTA 5 (la autovía principal que cruza la isla de norte a sur), todo lo demás son rutas para todo tipo de tránsitos. Y es fácil encontrarse con grupos de gente o ganado recorriendo el asfalto, como si el nuevo pavimento fuera una anécdota que facilita la conducción de autos, pero que no impide que ellos sigan usando esas vías de la misma manera de siempre. Tuve que frenar en seco más de una vez tras una curva o un cambio de rasante. La comitiva, no cruzaba la carretera, sencilla y tranquilamente la usaban, en el mismo sentido que yo, sólo que a otra velocidad.  Así que en Chiloé, frené.

 

Llegué al Centro de Ocio a media tarde y me pareció entrar en un oasis. Después de hostales, cabañas, polvo, carretera, sudor, mochila, barritas energéticas,…aquel lugar exquisito, detallista, inmaculado, me provocó un impacto sensorial de primer orden.

No tenían clientes hasta fin de año, que reabren a lo grande, con un lleno total, y con nuevas instalaciones que terminan, frenéticamente, estos días.

Yo esperaba acomodarme en cualquier sitio, como una visita discreta, pero en realidad me trataron como una cliente vip. Mi habitación preparadísima con sábanas de mil hilos para el cuerpo cansado, el set de cosmética para mi piel reseca y unas vistas sobre el fiordo de Castro para no poder dormir.

El chef, Carlos y las camareras, en sus puestos durante el desayuno y la cena, como si el salón estuviera lleno de gente. La calidez de un hogar y el servicio de un 5 estrellas. Una combinación poderosa, que agradecí compartir con nuevos huéspedes, que empezaron a llegar al día siguiente.

Cristian, el director del centro, me dejó en manos de Yonni, el administrador y responsable de la operativa de todo el proyecto.  Mi anfitrión, a medio camino entre lo profesional y lo familiar, con su presencia constante y discreta, me explicó detalle a detalle, el proceso de desarrollo de todo este mundo, que resulta ser algo más que un hotel.

Mantienen una relación sistémica con el entorno y la comunidad. Productos de la tierra que ellos mismos cultivan, animales de crianza que compran a sus vecinos, materiales naturales autóctonos, trabajados por manos nativas. Todo tiene un sentido más allá del indiscutible estético, todo tiene “una onda” como ellos dicen que se transmite al que llega, desde el mismísimo momento de cruzar bajo los dos grandes palos de madera chilota que dan paso al porche del edificio central.

 

Al día siguiente, tras un enorme esfuerzo por salir de esa cama,  visité Dalcahue y crucé el canal del mismo nombre para adentrarme en las islas menores : Curaco de Velez, Achao y Quinchao, La iglesia de este último, Nuestra Señora de la Gracia, es la más grande una de las más antiguas (finales del XIX) de Chiloé. No recuerdo datos de memoria (nos entregaremos a San Google) y yo creo que es porque la mujer que atiende a los turistas, habló una hora seguida sin respirar. Los primeros minutos de la historia de la iglesia y el resto de su propia vida, su familia, sus vecinos, y sus vicisitudes con el párroco y el alcalde. Estábamos las dos solas, y me pareció que aquel torrente de información me había estado esperando allí durante mucho tiempo y que haber empezado a aprender a frenar, ahora me servía, para escuchar como la ocasión merecía.

De nuevo en Dalcahue, visité las cocinerías que dan al canal, frente al mercado de artesanía. Un festival de olores y sabores, donde a cualquier hora te pueden servir un caldo de marisco o un curanto de olla, un enorme trozo de salmón frito o una merluza austral.

Yo me tomé apenas una sopita para no despreciar más tarde la exquisita cocina de Carlos, y sus vinos y licores para la tertulia.

 

Le pregunté a Yonni si estaba de acuerdo con el controvertido puente que se va a construir para unir Chiloé con el continente. Alguien en Santiago me dijo “fíjate bien en Chiloé, dentro de 5 años, será muy distinto”. A Yonni eso de perder la identidad por estar menos aislados le parece una estupidez, que “depende de lo lejos que estés de los problemas reales que aquí tenemos”. En Chiloé no hay hospitales, ni especialistas (a veces la gente muere en el transbordador intentando llegar a Puerto Montt), no hay buenas universidades, y eso evita que los buenos profesionales vengan a instalarse con sus familias.

Es verdad que la adversidad colectiva genera rasgos culturales muy marcados pero para Yonni, nada incompatible con el progreso necesario en esta orgullosa tierra austral.

Categoría: Pasiones, Personas

1 comentario

  1. Pablo Godoy Roman 04/01/2014 at 03:41 Reply

    Chiloe es mio..jajajja!!! sueño con vivir ahí para siempre… felicitaciones por la linda carta muy puntual,muy emotiva, pero hay que ir y sentir .. aparte de las palabras.
    pablo

Responder a Pablo Godoy Roman Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *