El sábado por la tarde estuve en Leroy Merlin. Mi casa aún necesita unos cuantos retoques y aprovecharé la festividad de la Mercé para montar el dormitorio, aprovechando(me) manos de obra amiga.
El centro comercial estaba atestado de gente. Tuve tentaciones de dar media vuelta y olvidar mis proyectos de bricolaje, pero tengo a mi amiga Sole haciendo gala de sus dotes de dirección y enviándome listas de todo lo que necesitamos para el día D, así que respiré hondo y me sumergí en la multitud consumista.
El problema de las grandes superficies de autoservicio es que necesitas cierto grado de «expertise» para montarte la solución. No le puedes decir a alguien “mire, quiero empapelar la habitación, instalar luces indirectas sobre la cama y colocar unas cortinas dobles a juego con el papel”, y te pone encima de la mesa todo lo que necesitas.
No, en un gran almacén debes recorrer pasillos largísimos, buscando cada una de las piezas del puzle(a veces distribuidas por la superficie de una forma endiabladamente ilógica), verificar la compatibilidad de las piezas, escudriñar la eficiencia en la cara de los empleados antes de preguntar, evitar ser arrollado por carros asesinos y soportar el volumen de la megafonía que trastorna cualquier ejercicio de concentración al que uno pueda someterse.
Pero he de decir, y eso justifica compartir tan banal experiencia, que el personal de Leroy, me sorprendió gratamente, hasta el punto de hacer de aquella odisea algo agradable.
Nadie a quien pregunté, me dijo algo parecido a “es que yo no soy de la sección de iluminación, pregunta a algún compañero que veas por allí”.
Recorrían conmigo los kilómetros que hicieran falta hasta disponer de todo el “kit cortinas”
“Disculpa, quiero ese ventilador de techo que tenéis ahí colgado. Dónde están?”, le pregunté a una de las estresadas mujeres de verde. “Ven conmigo”. La acompañé mientras ella hablaba de ventiladores como si le apasionaran. “Vamos a mirar el catálogo, por si ves alguno que guste mas”. Pasó con calma todas las hojas del libro de muestras, mientras me explicaba las características de cada uno de los modelos. La escuché pasmada, aunque mantuve el primer flechazo.
Ya en la caja, tras veinte minutos de espera, puse mis trastos en la cinta. La cajera vio que una de las cajas tenía el precinto roto. “Esto es un embalaje manipulado” dijo como si recordara de memoria un procedimiento. “Tengo que abrirlo para comprobar que no te falta ninguna pieza”. Entre incrédula y agradecida, miré hacia la cola detrás de mí, no sé si para infundir paciencia.
Pero no hacía falta, a una velocidad increíble, repasó todas las piezas, certificó que estaba todo en orden, embaló de nuevo la gran caja y me cobró.
Estos días veo muchos anuncios en TV sobre los descuentos y regalos de Leroy MErlin. Después de la experiencia, y a menos que yo tuviera un día de suerte, su mejor activo no son la política de precios, es la (lamentablemente sorprendente) calidad del servicio de sus empleados.
Etiquetado: Capital humano, Equipos, excelencia, talento
¿Has comenzado a escribir posts «patrocinados»? 😉
a ver si me regalan un trajecito verde de esos tan monísimos 😉
Pues a mi el súper que más me gusta, por el trato de sus empleados es AhorraMas. Por eso voy siempre a comprar allí.