«Un himalayista asume que la autonomía en altura es su único nexo de unión con la vida. Ser autónomo para tomar decisiones, para superar los retos técnicos, para acertar con la estrategia, para retirarse por sus propios medios sin comprometer a nadie. Si todo va bien, uno sufrirá escalando una montaña de 8.000 metros; después peleará para bajar y contarlo. Pero si algo altera el guión, si algún factor inesperado convierte al escalador autosuficiente en sujeto dependiente, su vida valdrá bien poco. O lo que otros estén dispuestos a arriesgar para socorrerle. En la frontera de los 8.000, donde los helicópteros no vuelan y el hecho de pensar con serenidad es un triunfo, ninguna vida vale más que la propia. No existe el derecho legítimo de pedir ayuda. Es un pacto no escrito: primero, mi vida; después, ya se verá.Luego están los hombres y las circunstancias.

Catorce alpinistas de diferentes culturas, nacionalidades y posibilidades se unieron en el Annapurna (cima de 8.091 metros en el Himalaya) entre el lunes 19 y el domingo 23 de mayo para realizar el rescate imposible de Iñaki Ochoa de Olza. Para hacerlo, todos prescindieron al unísono de cualquier análisis frío y pragmático, de su experiencia, de su saber, de la razón. Todos tiraron de corazón. Un alpinista no tiene por qué ser una persona valiente. La valentía no se mide en términos relativos. No tiene más arrestos el que se lanza montaña arriba que el que conduce a sus hijos, trajeado, a la escuela. Pero, aun sabiendo todo esto, lo que sucedió esos días en el Annapurna, la mezcla de voluntades desprendidas de todo ego, prudencia o egoísmo, merece un calificativo… difícil de cazar. Jorge Nagore, uno de los íntimos de Iñaki, dijo a este diario que lo vivido se correspondía con «la grandeza absoluta». ¿Existe otra forma de expresarlo?»

Este reportaje publicado en El País el pasado domingo 1 de junio, me emocionó. Os recomiendo su lectura completa que recoge paso a paso la odisea de un grupo de hombres escribiendo la historia de sus vidas con coraje y honor. 

«El calvario de Horia duró cuatro días. Con toda la información en su poder, debería haber renunciado a todo lo que no fuese salvar su vida. Pese a ello, se quedó junto a Iñaki, uniéndose a su destino, incapaz de desprenderse de la persona que amenazaba su vida. Si no cedió fue sencillamente porque, para una persona de sus principios, quedarse era más sencillo que huir».

Yo no creo que quedarse fuera más sencillo que huir. Los seres humanos tenemos una capacidad extraordinaria para autoengañarnos y construirnos una conciencia a la medida de nuestras debilidades y nuestros miedos. Horia, decidió no hacerlo y estaba dispuesto a pagar cualquier precio por esa decisión.

Al final, «Todos entendieron que el rescate soñado de Iñaki había chocado, definitivamente, con la realidad. La esperanza, tan irracional como bella, fue la única luz en el camino de Iñaki a ninguna parte».

La esperanza «tan irracional como bella» en la grandeza del ser humano, se nutre todos los días de historias como esta.

Dos lágrimas y una sonrisa por Iñaki.

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