Ayer fui por fin al teatro de la Philarmonica de Berlín. Hace años que quería ir, pero cuando he estado otras veces en esta ciudad, siempre surgía algún imprevisto u otros planes. La obsesión no era por nada en especial (aunque hay muchas razones especiales que justificarían la obsesión ), es sencillamente, porque representa algo importante, un símbolo, un icono de la ciudad. En Roma tuve muchas veces esa sensación, y la última vez, hace unas semanas, en Santa Sofía en Estambul. Es la sensación de estar en un lugar que has visto millones de veces en dos dimensiones, sobre papel, en la televisión, que has oído hablar, sobre el que has leído, has estudiado, pero que parece irreal hasta que un día…estás allí, físicamente allí, dentro, delante, encima…. Y parece entonces que la vivencia, sea también irreal.
Escuché emocionada Las Estaciones de Haydn. Creo que no me hubiera sonado igual en cualquier otro sitio. Los arquitectos del emblemático teatro sabrían explicar por qué.
El día empezó en Prenzlauer Berg. En mi opinión, el barrio más bonito de Berlín. Está al noreste de Alexander Platz y es un lugar de contrastes, o de equilibrios, depende como se mire. Un barrio reconstruido y recuperado para el ocio y el placer tranquilo, sin estridencias, de los que allí viven y de los que lo visitamos. Se respira aún la estética del Berlín del este de los 80’s. Los grafitis conviven con edificios antiguos, elegantes y un poco rococós, algunos destrozados junto a otros completamente reformados.
Las calles son amplias pero acogedoras (no son tan grandes como las grandes avenidas del centro), arboladas (en esta época adornadas con los almendros en flor) y salpicadas de galerías de arte, comercios de diseño y centenares de bares y terrazas a donde la gente acude en masa los sábados y domingos to have a brunch. No hay apenas tráfico a parte de las bicicletas onmipresentes, ni comercios, ni ruido a pesar de la vitalidad de la gente que allí se encuentra.
Quedamos en el Frida Khalo, uno de los bares más famosos de la zona, pero desayunamos-comimos, durante horas en Pasternak en la Knaacksrt. La comida no era nada del otro mundo, pero el ambiente, el espectáculo que nos ofrecían los paseantes, la buena compañía, el calor de las estufas, el confort de las mantas que te encuentras preparadas en las sillas, los escasos e intermitentes rayos de sol…, hacían de aquel momento, algo muy especial. Definir la felicidad es tan difícil como definir al ser humano, pero alguien en un momento dado, me preguntó por qué sonreía y les expliqué que la felicidad, en mi opinión, no existe, pero lo que sí existe son pequeños momentos donde parece que todo encaja, que todo fluye, que tu mente es capaz de entender cualquier cosa, que nada en realidad importa salvo el hecho de estar allí, que el tiempo se detiene y el pasado no pesa y el futuro no asusta. Sencillamente, se es, y no puedes evitar sonreír cuando estás en uno de esos momentos.
…y entonces empezó otro de los eternos debates de estos días.
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Me encanta como nos cuentas sobre tu periplo en Berlín… La redacción y la descrpción de los sucesos, nos invita a cerrar los ojos y a imaginar que estamos allí contigo…
Que bueno que lo estás disfrutando tanto como se evidencia entrelíneas…
Slts
SM