Juan Carlos Cubeiro, en un artículo que leía este domingo en Cinco Días, describía con preocupación y argumentos esperanzadores, como en momentos de crisis las organizaciones pueden caer fácilmente en darle la espalda a factores clave para la competitividad y el crecimiento, como lo son la innovación, la apuesta por el talento, el liderazgo y el fomento de ambientes laborales creativos e ilusionantes.
«…En momentos de criris, muchos jefes de la vieja escuela están desempolvando sus ideas tayloristas. ‘Hay crisis’, repiten, ‘y por tanto vamos a dejar durante un tiempo de invertir en talento, en innovación, en trabajo en equipo, en desarrollo, en responsabilidad social, en liderazgo, en todas esas cosas tan bonitas, y vamos a dedicarnos a trabajar duro’. Cuando escampe, sienten esta clase de directivos, ya volverán a lo ‘moderno’. Es la amenaza taylorista, que regresa con fuerza, si es que se ha ido del todo alguna vez.»
Según Frederick Winslow Taylor y su organización científica del trabajo, las premisas clave son:
«Cientifismo (la dirección es una ciencia),
Desconfianza (el hombre es perezoso por naturaleza)
Cuantificación (deben medirse tiempos y movimientos de los trabajadores)
Separación (dividir las tareas entre los que piensan y los que ejecutan) y
Especialización (porque el trabajador gana en destreza haciendo lo mismo todos los días)»
Cubeiro ( y espero que muchos más) discrepa apuntando que:
«Hoy sabemos que la dirección es ética y arte además de ciencia, que la confianza es muy valiosa, que la cooperación es clave y que la estrategia es vital en situaciones inciertas, más allá de la medición y la rutina. La alienación puede ser muy eficiente, pero el compromiso es mucho más eficaz. En entornos en los que el talento es más escaso que el capital (y eso no va a cambiar por las dificultades económicas), volver a las prácticas de Taylor es francamente suicida»
Su receta:
«Primero generar un clima laboral adecuado, que supone entre el 30% y el 40% de los resultados de un negocio (‘quemar’ a la gente, además de éticamente reprobable, es un dispendio que nadie se puede permitir). Segundo fomentar una estrategia ilusionante y una cultura de innovación, donde se propongan sugerencias, nuevas ideas y proyectos. Tercero atraer y fidelizar el talento e impulsar los equipos, que es lo que realmente marca la diferencia. Cuarto, desarrollar el auténtico liderazgo, pues es absolutamente esencial para la supervivencia y el crecimiento de la organización. Y, por último, en tecnologías de información y comunicaciones para ser competitivos.
Se trata de crear entornos leonardescos, que apuesten por la curiosidad, la vocación, el aprendizaje, la iniciativa, el dinamismo, la maestría, la reputación o el legado. Lugares de enorme energía e innovación.»
Me encantaría asistir a un debate -apasionado seguro- entre el Sr.Taylor y nuestro contemporaneo Alorza, un “Leonardesco” genial que propone recetas renacentistas en uno de los textos más refrescantes que he leído últimamente.
Océanos, estad atentos, hay un giño para vosotros 😉