Hace días que trabajo en casa y exceptuando los compromisos sociales y profesionales que me obligan a salir de la caverna, el hecho es que paso la mayor parte del tiempo, en una soleada y desordenada habitación, rodeada de libros, de fotos, de cacharritos tecnológicos y de vasos de zumo bio que he descubierto en una tienda del barrio.
Llevo muchos años corriendo, de un proyecto a otro, de una casa a otra, de una ciudad a otra, de una pasión a otra (no hablo de promiscuidad ;-). Mi amigo Jose Miguel me dijo una vez que su clave para la felicidad era el movimiento. Creo que se lo que quiere decir. Detenerse requiere coraje. Parar nos obliga a enfrentarnos al vacío.
Vivimos rodeados de ruido. Ruido en sus muy diversas formas: de sonidos, de emociones, de obligaciones, de retos, de relaciones, de información…
El ruido y el movimiento, nos salva de nosotros mismos. Nos entretiene. Nos ayuda a despistar la atención de lo que realmente nos importa, porque fracasar en lo que realmente nos importa nos dejaría realmente frustrados. Buscamos excusas que distraen nuestra atención sobre aquello que somos, lo que queremos, lo que nos debemos, lo que le debemos a los demás.
Venía muy «acelerada» del último proyecto en Madrid y de otros que le precedieron. Mucho movimiento, mucho ruido. Música celestial, pero ruido al fin y al cabo, ruido Psicológico. Anestesia. Esa recurrente anestesia que me hace vivir absolutamente absorta y entregada a cualquier cosa que no tenga que ver, en realidad, conmigo.
Ahora, una decisión tomada casi a la ligera, me está dando una lección vital. Ahora, no me muevo, estoy en casa, y la música de fondo, es el silencio. No es que no haya actividad, pero hay menos interferencias, hay menos ruido.
Nadie produce durante 8 o 10 horas al día, pero cuando eso se hace en el exterior, los “huecos”, se rellenan con reuniones, con cafés, con comités, con desplazamientos, con problemas fictícios… con mil actividades que se generan en los ecosistemas sociales, para tener la falsa sensación de productividad o para no parar, no escuchar, no sentir, no sentirnos.
Yo ahora, o estoy “produciendo” o estoy parada en silencio. Y es nuevo, desconcertante y a veces aterrador.
Pero “estoy quitándome” del ruido. Estoy intentando no caer en las trampas de siempre. No echar a correr, no obsesionarme por nada, no extralimitarme salvando a los otros para poder olvidarme de mi, no subir el volumen. Despejar la mente, liberar memoria, desintoxicar el espíritu y dejar que el silencio me invada y aprender de lo que me dice.
Supongo que no debería publicar esto (de hecho pretendía escribir a cerca de los beneficios del teletrabajo sobre la productividad) pero ha salido así, y creo que es que no soy capaz de escribir sobre nada más.
Quizás así es más fácil, compartiendo la experiencia, compartiendo el miedo, compartiendo el aprendizaje.





