Gestión de Proyectos: El Plan

Al cliente le ha gustado tu idea y ahora te pide el Plan de proyecto y la correspondiente oferta económica. Así que cierras los ojos e intentas imaginar lo que vas a hacer durante un año para convertir en realidad, los sueños que has compartido con el cliente.

Automáticamente, nos lanzamos a elaborar un cronograma, a desarrollar una planificación. Pero, consciente de que abuso del lenguaje, creo que tener una Planificación no es lo mismo que tener Un Plan.

Lo segundo es esencial, lo primero cada vez me cuesta más verle la utilidad. En un entorno empresarial en constante cambio, es difícil asegurar que las variables de contexto del proyecto permanecerán inalterables, para que las premisas sobre las que se basó la planificación, se puedan mantener.

Me atrevo a decir que se puede sobrevivir sin una planificación, pero moriremos en el intento si no tenemos Un plan.

Es cierto que generalmente el cliente está esperando un “Project” (o similar), pero también es cierto que en muy contadas ocasiones, mostrará interés intelectual por él; y que su función es más una cuestión de confianza en nuestras habilidades metodológicas, que en una garantía mutua de que el proyecto discurrirá exactamente como lo hemos dibujado.

No sé si todos los proyectos son iguales , pero la experiencia me dice que (casi) todos “fallan”. Leía en el Quilombo Digital , esta semana las palabras de Ricardo Vargas (miembro de la junta directiva del PMI):

«Las fuerzas de la entropía reinante en nuestra realidad cotidiana hacen que, si no se interpone ningún medio para que las cosas sucedan de acuerdo a lo planificado, los proyectos terminarán en fracaso»

Y creo que buena parte del fracaso radica en convertir a los jefes de proyecto en burócratas neurotizados, gestores de la vigencia del “Project”, obsesionados por intentar adaptar continuamente la planificación a la realidad cambiante e imprevisible, y no al revés (como pensamos que ocurriría).

No hay foto que aguante la realidad, y en este observar la realidad y observar el Project, y modificarlo, y observar la realidad y volver a generar otra versión del Project, y observar y modificar… hace que tengamos una planificación impoluta y que podamos, satisfechos de nuestra capacidad gestora, presentarla en el comité de dirección del proyecto, pero lo cierto es que esta dinámica absurda, nos consume el tiempo, la inteligencia y la capacidad de convertirnos en verdaderos estrategas del proyecto con capacidad de prever, de reaccionar, de re-inventar, de adaptar, de resolver.

Así que me atrevo a imaginar y compartir algunos elementos ineludibles en todo buen Plan:

  • Objetivos de negocio del Cliente (Para qué quiere exactamente ese proyecto?. No siempre es lo que parece). La misión debe estar grabada a fuego en el espíritu del equipo y cualquier actividad debe ser diseñada como respuesta a esos objetivos. Durante la fase de ejecución la principal actividad del Jefe de proyecto será la gestión de expectativas, así que debemos conocer todo lo que las va a condicionar.
  • Tener claras las fechas clave del cliente (fechas relacionadas con la comunicación del proyecto a su entorno, con imperativos de negocio para disponer de entregas parciales….) Esos son los hitos del proyecto. A partir de ahí, construyamos subproyectos alrededor de esos hitos, para garantizar las entregas.
  • Abordar el proyecto con un enfoque estratégico y ÚNICO. Tendemos a lanzarnos sobre aspectos operativos, replicando esquemas de proyectos similares y no nos paramos a pensar cual es la mejor forma de diseñar la «misión» que tenemos entre manos.
  • Conocimiento exhaustivo del entorno en el que nos movemos. Si el proyecto consistiera en atracar un banco, nadie se extrañaría por dedicar meses a conocer exhaustivamente cada entrada, cada pasillo, los sistemas de seguridad, los turnos, la disposición del mobiliario, las distintas salidas, las aptitudes y actitudes de cada uno de los componentes de nuestra banda…etc. Nunca he atracado un banco, pero reconozco que suelo “entrar” a los proyectos sin dedicarle nunca el suficiente tiempo a conocer las variables de entorno.
  • Saber con quien contamos y qué nivel de compromiso, dedicación y flexibilidad puede ofrecernos.  Una vez en un proyecto perdimos a una persona clave (se fue de la empresa), en pocas semanas teníamos que entregar un prototipo al cliente así que empecé a entrevistar a aspirantes a héroe. Uno de ellos cumplía sobradamente los requisitos técnicos, pero necesitábamos algo más que sus conocimientos, así que le pregunté “Eric, que podría pasar para que no entregáramos el prototipo en x semanas?. Que me muera, contestó”. Casi muere, pero entregamos a tiempo. Saber con quien contamos, no sólo como ejecutores, también como defensores, promotores, solucionadores (todo proyecto necesita al menos un “señor lobo”) es clave.

Y al final, nada de lo dicho aquí, además de incompleto, garantiza nada, así que hay que tener un Plan B, un Plan C, un plan D…El tiempo para diseñarlos se puede extraer del que nos hemos “ahorrado” en diseñar un único, inviable y exhaustivo Plan A.

Os dejo un par de vídeos de Oceans Eleven, un Buen Plan.

Suerte.

 

Amor Líquido

Hace días que estoy leyendo el libro “Amor Líquido” de Sygmunt Bauman 

En su anterior ensayo “Tiempos Líquidos” Bauman hace un recorrido por las causas que nos han llevado a transitar desde una sociedad sólida –estable, repetitiva- a un “tiempo líquido” –flexible, voluble- y va desplegando un análisis de causa-efecto desde diferentes perspectivas (socio-demográficas, económicas, políticas, culturales)

Con el sugerente título “Amor líquido”, habla de la fragilidad de las relaciones humanas, entre ellas cómo no, el amor. Unas relaciones cada vez más condicionadas por el miedo a los vínculos estables, más allá de las meras conexiones; y valoradas en términos de coste-beneficio, en un mundo donde la “individualización” hace que las relaciones estén sujetas a intereses “económicos” (en el sentido más amplio del concepto) y no a compromisos estables basados en el afecto imperecedero, en el pasado compartido y en el futuro como proyecto común.

Bauman en el prólogo ya nos anuncia: “El habitante de nuestra moderna sociedad líquida, debe amarrar los lazos que prefiera usar como eslabón para ligarse con el resto del mundo humano, basándose exclusivamente en su propio esfuerzo  con la ayuda de sus propias habilidades y de su propia persistencia. Suelto, debe conectarse…Sin embargo, ninguna clase de conexión que pueda llenar el vacío dejado por los antiguos vínculos ausentes tiene garantía de duración. De todos modos, esa conexión no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla rápidamente cuando las condiciones cambien…algo que en la modernidad líquida seguramente ocurrirá una u otra vez

Somos víctimas de nuestros miedos, eso no es una novedad. Pero cuando esos miedos afectan de forma tan determinante a nuestra forma de relacionarnos con los demás, a nuestra capacidad de amar, a la valentía de reconocerlo (íntima y públicamente), al valor que le damos a los vínculos, a la lealtad y al compromiso…cuando la huída hacia delante es tan desesperadamente ciega, estamos dinamitando posiblemente, uno de los pocos refugios que nos quedan al ser humano.

En otro momento del prólogo describe a hombres y mujeres “desesperados  al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión y de una mano servicial con la que puedan contar en los malos momentos, es decir, desesperados por relacionarse. Sin embargo, desconfían todo el tiempo del estar relacionados, y particularmente de estar relacionados para siempre, por no hablar de eternamente, porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseosos de soportar,  que pueden limitar la libertad que necesitan –sí, usted lo ha adivinado- para relacionarse…

Os recomiendo el libro. Ayuda a entender el miedo tanto a las relaciones como a las soledades, en ese pulso al que todos estamos de alguna forma, condenados.

El Lago de los Cisnes

Ayer noche fui al teatro al ver El Lago de los Cisnes, por el Ballet nacional de Cuba.
Sencillamente mágico. Una de esas noches, que sabes que recordarás siempre.
Fui con Julia, y la emoción ya la compartimos desde el principio, alagándonos mutuamente en casa, por lo guapas que nos habíamos puesto, para tan señalada ocasión. Con ella, todo adquiere una relevancia trascendental. Cualquier situación se convierte en un acontecimiento y cualquier gesto en una ceremonia.

Así que con esa expresión grave de quien parece que esté haciendo historia a cada paso que da, me cogió del brazo y subimos a nuestro carruaje camino del teatro Tívoli.

Llegamos con tiempo de tomar un café, pero los bares de alrededor estaban repletos, así que decidimos entrar al teatro y esperar en la cafetería, el inicio de la función. Caminamos por la alfombra roja que da paso al hall, cogidas del brazo. Yo lo hacía para asegurar su estabilidad, ella, orgullosa, para que yo no me perdiera entre tanta gente.

Sentadas frente a una mesa, de esas antiguas, de mármol blanca con las patas de hierro forjado, me contó muchas cosas de su pasado que no conocía. La vida de mi abuela, es un pozo sin fondo. De vez en cuando, descansaba para tomar, a pequeños sorbos, un café solo que se estaba permitiendo, en un alarde de libertad y rebeldía. “un día es un día” me dijo, cómplice y traviesa, al ver mi cara de asombro.

Es verdad, “un día es un día”, y ese iba a acabar muy bien. Nos dirigimos casi a oscuras al palco 12 y allí, nos sentamos en nuestras butacas, todo sin parar de hablar y sin dejar de sorprendernos por cualquier detalle. Mantener la capacidad de emocionarse con casi 96 años, es una virtud que me gustaría heredar. De momento, mientras ella esté con nosotros, aprovecho para aprender.

Unos aplausos prematuros, nos interrumpieron, y entonces la vimos. Al otro lado de Platea, en un palco frente a nosotras, apareció Alicia Alonso, la mítica directora y coreógrafa del Ballet de Cuba, una de la mejores compañías de baile del mundo. Con su habitual pañuelo en la cabeza y una expresión entre digna y frágil, hizo un gesto de agradecimiento, se sentó y el espectáculo dio comienzo.

Las luces se apagaron y la música de Tchaikovski invadió la sala, potente, anunciando el talento de los que la iban a interpretar.
Talento a raudales, de principio a fin, sin un segundo de descanso para los sentidos.
Quizás lo que hace tan especial a esta compañía es la combinación entre una rigurosa y exigente técnica y una pasión, una expresividad, una sensualidad…inherente a su cultura, que difícilmente puede encontrarse en otros equipos.

En el segundo acto, el encuentro entre Odette y Siegfried fue mágico. Odette no bailaba, flotaba. Sus brazos parecían no tener fin en un aleteo increíble. Flotaba, como una pluma suspendida en el aire. No se notaban ni el esfuerzo, ni la técnica, ni la concentración. Sólo una interpretación perfecta de la fragilidad y la elegancia del cisne. Con algunas notas agudas de los violines, y tanta pasión concentrada, podía pensarse que el teatro iba a estallar en mil pedazos. Miré a mi abuela. Estaba emocionada, pero estaba triste. Tanta belleza puede doler.

Después de aquello el público se entregó a cada danza, a cada episodio. Aplaudiendo enfurecido cada pirueta, cada exhibición de puro arte.
Al cierre, los gritos alababan a los bailarines, pero también liberaban la tensión colectiva, mantenida durante más de dos horas.

Salimos, orgullosas, satisfechas y excitadas. Ya no hablábamos tanto. Supongo que no valía la pena. Que las palabras no alcanzan a explicar aquello que sólo se puede sentir.

Sé que le gustó, me daba las gracias en el taxi de vuelta. Yo se las devolvía, no habría sido lo mismo sin ella. Y nos quedan tantas cosas por hacer!!.

Creo que el ballet se va ahora a Madrid.
Madrid, no os le perdáis.