Buen viaje Director

La escuela, el instituto, la universidad representan para todos, de una forma u otra ese espacio y tiempo donde además de recibir la formación técnica de la profesión que hemos intuido como nuestra, elaboramos también todo un mapa de valores, tendencias, y descubrimientos, que configuran el adulto que algún día seremos.

Cuando me matriculé en el centro de estudios Monlau, en el año 1984, para cursar la Formación Profesional de Informática, las monjas del colegio del que provenía me auguraron un futuro oscuro en el que desde muy joven me vería obligada a sortear un sin fin de tentaciones de las que hasta ese momento, la disciplina y el rigor espiritual (religioso, que no es lo mismo) me habían protegido. Fui buena estudiante de EGB y en aquel entonces los listos iban a BUP y los tontos FP. Nadie entendía por qué estaba dispuesta a desperdiciar mi inteligencia en un modesto centro de barrio, que sólo contaba con 2 años de recorrido, sin ningún prestigio ni garantías didácticas ni morales.

Con la perspectiva de los años, aquella decisión fue una de las más acertadas de mi vida. Las tentaciones que temían mis monjitas, en realidad eran ventanas al mundo que me mostraron qué había ahí fuera, y quien era yo en ese mundo. Los profesores jóvenes (me lo parecen ahora), comprometidos, afectuosos y apasionados, nos ayudaron a crecer y a desarrollarnos como profesionales y como personas.

Durante estos 25 años la escuela ha experimentado un crecimiento espectacular. De ocupar un par de modestos edificios en el barrio de la Sagrera de Barcelona y dedicarse exclusivamente la formación profesional de las especialidades más comunes, han pasado a disponer de varios edificios por al ciudad, formar a más de 5.000 alumnos en sus aulas y ampliar su oferta formativa en especialidades de las que son referente nacional como los ciclos formativos de grado medio y superior de Automoción, Carrocerías, Mantenimiento industrial.
Ahora se imparten también los cursos de bachillerato y se organizan y fomentan planes de intercambio con escuelas de otros países, y son uno de los más reconocidos centros en la formación de Aprendices.
En 1998 nació Monlau Competición http://www.monlau-competicion.com/ para formar mecánicos especializados en circuitos de velocidd y también en off road en la vertientes de automovilismo y motociclismo.

Detrás de todo gran proyecto hay un líder, y el alma de Monlau es Pío Ventura, su director. Los alumnos le temíamos. Oir cosas como “que viene el Ventura” o “Sr X, el director le espera en su despacho”, hacía que nos atenazara el pánico. Dirigía a alumnos y profesores con mano dura y se encargaba personalmente de que las normas se cumplieran. Estaba por todas partes, su omnipresencia era algo sobrenatural. Aparecía por sorpresa detrás de ti, o al girar una esquina, justo en el momento clave para engancharte en alguna fechoría.

Los que pasamos por su despacho varias veces, sabíamos que detrás de aquella impetuosa, casi violenta forma de educar, había un hombre de corazón sensible con quien en la intimidad de aquel despacho, te sentías paradójicamente a salvo. Él se encargaba de que sus gritos se oyeran desde fuera, cosa que de alguna forma nos beneficiaba a los dos, a él como arma disuasoria, y a la víctima de turno, porque nos daba la oportunidad de salir de aquel despacho como héroes de guerra, observados en silencio por el grupo que te compadecía y te admiraba por parecer indemne después de semejante trance.
Durante este año, el centro está celebrando sus 25 aniversario y han organizado varios eventos, visitas de personalidades, como Jordi Pujol y encuentros de exalumnos. Allí siguen los mismos profesores de siempre. El tiempo ha pasado para todos, pero yo los he encontrado igual que siempre, supongo que porque con la perspectiva de un adolescente ellos ya eran “adultos carcas” hace 20 años. El encuentro con Pío Ventura fue muy emotivo, me abrazó con fuerza, me cogió por los hombros y tuve la sensación de que me zarandeaba con la fuerza de su cuerpo enorme, mostrando una alegría tan intensa como el resto de sus registros. Nos pusimos al día y en el siguiente encuentro, me buscó , me entregó su tarjeta y me pidió que pasara un día por su despacho (sonreí al comprobar que diferente sonaba eso ahora), para hablar de profesional a profesional. Me sentí mayor de golpe, agradecida por su interés y orgullosa de su orgullo.
Hablé también un buen rato con Nico. Nicolás Denia era el profe de lengua, ahora director pedagógico. Estábamos todas enamoradas de él. Era el contrapunto a la rigidez de Ventura, liberal, condescendiente, “progre”. A él le debo la pasión por la lectura y la escritura. Me pasaba libros contra los que me prevenía “eres demasiado joven para este, pero creo que lo vas entender y te va a gustar”.
Estos días he leído en el anuario sus palabras sobre esos encuentros con exalumnos: “Hay algunas personas a los que su profesión convierte en privilegiados. Me encuentro entre ellos. Es posible que se tarde un poco en descubrirlo, pero acaba siendo una evidencia. En estos 25 años he ido descubriendo como disfrutar de mis alumnos y con mis alumnos. He aprendido de todos ellos algunas verdades esenciales en mi vida y creo que les estaré eternamente agradecido….Desde el primer encuentro con las promociones más veteranas, descubrimos algunos de los aspectos más maravillosos de esta profesión…Algunos tímidos e introvertidos se habían convertido en adultos encantadores y responsables profesionales que evocaban facetas y detalles que teníamos olvidados…Otros traviesos y no muy aplicados a los que recordábamos por sus conductas pícaras, a veces irreverentes, nos sorprendían convertidos en hombres y mujeres maduras, emprendedoras y responsables. Cada encuentro nos ha significado a todo el colectivo [de profesores] una importante dosis de entusiasmo que resulta fundamental para continuar realizando con compromiso nuestra profesión”.

El viernes fui de nuevo a la escuela, pero esta vez con el ánimo sacudido por la noticia de que Pío Ventura había muerto. Se estrelló hace unos días con una avioneta mientras participaba en un rally aéreo. Tenía 55 años y la energía y el espíritu de esas personas que parecen inmortales, casi divinas. Aún estoy asimilándolo, no es (sólo) tristeza, es desconcierto.
La escuela estaba en silencio, como un buque fantasma al que le han arrebatado el alma.
Con los que hablé me transmitieron la sensación de que, como antaño, como siempre, daba la sensación de que Pío podía aparecer al girar cualquier esquina, para darte un abrazo o para llevarte por las orejas hasta su despacho.

Murió haciendo lo que le gustaba, saboreando la vida. Alguien me dijo el viernes que Pío no podía envejecer, que él jamás pudo imaginárselo mayor, tranquilo y sereno.
Todos entendemos racionalmente la muerte, pero la razón no alcanza a explicar a dónde se va tanta energía y tanta pasión cuando alguien fallece. Al menos yo no consigo entenderlo.

Esto no es un post (no responde al formato ni a la intención). Es un humilde y emocionado tributo al hombre que hizo de su proyecto, el motor de su vida y que contagió a todos los que le rodearon el entusiasmo y compromiso necesarios para convertirlo en una realidad.
“Los que estamos acostumbrados a navegar ya sea en barco, en avión o incluso con la imaginación, apreciamos el placer del viaje. Este año etamos celebrando el 25 aniversario del inicio del proyecto Monlau. Está siendo una navegación que reúne todos los alicientes de los grandes viajes y, como no, algunos de sus sinsabores. No obstante, si estuviera en nuestras manos el volver a empezar, firmaríamos hacerlo en las mismas condiciones, lo que es una muestra clara de nuestro elevado grado de satisfacción. Pío Ventura”.

Buen viaje director.

Buen viaje Director

La escuela, el instituto, la universidad representan para todos, de una forma u otra, ese espacio y tiempo donde además de recibir la formación técnica de la profesión que hemos intuido como nuestra, elaboramos también todo un mapa de valores, tendencias y descubrimientos, que configuran el adulto que algún día seremos.

Cuando me matriculé en el centro de estudios Monlau, en el año 1984, para cursar la Formación Profesional de Informática, las monjas del colegio del que provenía me auguraron un futuro oscuro en el que desde muy joven me vería obligada a sortear un sin fin de tentaciones de las que hasta ese momento, la disciplina y el rigor espiritual (religioso, que no es lo mismo) me habían protegido. Fui buena estudiante de EGB y en aquel entonces los listos iban a BUP y los tontos FP. Nadie entendía por qué estaba dispuesta a desperdiciar mi inteligencia en un modesto centro de barrio, que sólo contaba con 2 años de recorrido, sin ningún prestigio ni garantías didácticas ni morales.

Con la perspectiva de los años, aquella decisión fue una de las más acertadas de mi vida. Las tentaciones que temían mis monjitas, en realidad eran ventanas al mundo que me mostraron qué había ahí fuera, y quien era yo en ese mundo. Los profesores jóvenes (me lo parecen ahora), comprometidos, afectuosos y apasionados, nos ayudaron a crecer y a desarrollarnos como profesionales y como personas.

Durante estos 25 años la escuela ha experimentado un crecimiento espectacular. De ocupar un par de modestos edificios en el barrio de la Sagrera de Barcelona y dedicarse exclusivamente la formación profesional de las especialidades más comunes, han pasado a disponer de varios edificios por toda Cataluña, formar a más de 5.000 alumnos en sus aulas y ampliar su oferta formativa en especialidades de las que son referente nacional como los ciclos formativos de grado medio y superior de Automoción, Carrocerías, Mantenimiento industrial.
Ahora se imparten también los cursos de E.S.O y bachillerato, se organizan y fomentan planes de intercambio con escuelas de otros países, y son uno de los más reconocidos centros en la formación de Aprendices.
En 1998 nació Monlau Competición para formar mecánicos especializados en circuitos de velocidd y también en off road en la vertientes de automovilismo y motociclismo. Ganan premios y se han convertido en toda una institución en el mundo de la competición.

Detrás de todo gran proyecto hay un líder, y el alma de Monlau es Pío Ventura, su fundador y director. Los alumnos le temíamos. Oir cosas como “que viene el Ventura” o “Sr X, el director le espera en su despacho”, hacía que nos atenazara el pánico. Dirigía a alumnos y profesores con mano dura y se encargaba personalmente de que las normas se cumplieran. Estaba por todas partes, su omnipresencia era algo sobrenatural. Aparecía por sorpresa detrás de ti, o al girar una esquina, justo en el momento clave para engancharte en alguna fechoría.

Los que pasamos por su despacho varias veces, sabíamos que detrás de aquella impetuosa, casi violenta forma de educar, había un hombre de corazón sensible con quien en la intimidad de aquel despacho, te sentías paradójicamente a salvo. Él se encargaba de que sus gritos se oyeran desde fuera, cosa que de alguna forma nos beneficiaba a los dos, a él como arma disuasoria, y a la víctima de turno, porque nos daba la oportunidad de salir de aquel despacho como héroes de guerra, observados en silencio por el grupo que te compadecía y te admiraba por parecer indemne después de semejante trance.


Durante este año, el centro está celebrando sus 25 aniversario y han organizado varios eventos, visitas de personalidades, como Jordi Pujol y encuentros de exalumnos. Allí siguen los mismos profesores de siempre. El tiempo ha pasado para todos, pero yo los he encontrado igual que siempre, supongo que porque con la perspectiva de un adolescente ellos ya eran “adultos carcas” hace 20 años. El encuentro con Pío Ventura fue muy emotivo, me abrazó con fuerza, me cogió por los hombros y tuve la sensación de que me zarandeaba con la fuerza de su cuerpo enorme, mostrando una alegría tan intensa como el resto de sus registros. Nos pusimos al día y en el siguiente encuentro, me buscó , me entregó su tarjeta y me pidió que pasara un día por su despacho (sonreí al comprobar que diferente sonaba eso ahora), para hablar de profesional a profesional. Me sentí mayor de golpe, agradecida por su interés y orgullosa de su orgullo.

Hablé también un buen rato con Nico. Nicolás Denia era el profe de lengua, ahora director pedagógico. Estábamos todas enamoradas de él. Era el contrapunto a la rigidez de Ventura, liberal, condescendiente, “progre”. A él le debo la pasión por la lectura y la escritura. Me pasaba libros contra los que me prevenía “eres demasiado joven para este, pero creo que lo vas entender y te va a gustar”.
Estos días he leído en el anuario sus palabras sobre esos encuentros con exalumnos: “Hay algunas personas a los que su profesión convierte en privilegiados. Me encuentro entre ellos. Es posible que se tarde un poco en descubrirlo, pero acaba siendo una evidencia. En estos 25 años he ido descubriendo como disfrutar de mis alumnos y con mis alumnos. He aprendido de todos ellos algunas verdades esenciales en mi vida y creo que les estaré eternamente agradecido….Desde el primer encuentro con las promociones más veteranas, descubrimos algunos de los aspectos más maravillosos de esta profesión…Algunos tímidos e introvertidos se habían convertido en adultos encantadores y responsables profesionales que evocaban facetas y detalles que teníamos olvidados…Otros traviesos y no muy aplicados a los que recordábamos por sus conductas pícaras, a veces irreverentes, nos sorprendían convertidos en hombres y mujeres maduras, emprendedoras y responsables. Cada encuentro nos ha significado a todo el colectivo [de profesores] una importante dosis de entusiasmo que resulta fundamental para continuar realizando con compromiso nuestra profesión”.

El viernes fui de nuevo a la escuela, pero esta vez con el ánimo sacudido por la noticia de que Pío Ventura había muerto. Se estrelló hace unos días con una avioneta mientras participaba en un rally aéreo. Tenía 55 años y la energía y el espíritu de esas personas que parecen inmortales, casi divinas. Aún estoy asimilándolo, no es (sólo) tristeza, es desconcierto.
La escuela estaba en silencio, como un buque fantasma al que le han arrebatado el alma.
Con los que hablé me transmitieron la sensación de que, como antaño, como siempre, daba la sensación de que Pío podía aparecer al girar cualquier esquina, para darte un abrazo o para llevarte por las orejas hasta su despacho.

Murió haciendo lo que le gustaba, saboreando la vida. Alguien me dijo el viernes que Pío no podía envejecer, que él jamás pudo imaginárselo mayor, tranquilo y sereno.
Todos entendemos racionalmente la muerte, pero la razón no alcanza a explicar a dónde se va tanta energía y tanta pasión cuando alguien fallece. Al menos yo no consigo entenderlo.

Esto no es un post (no responde al formato ni a la intención). Es un humilde y emocionado tributo al hombre que hizo de su proyecto, el motor de su vida y que contagió a todos los que le rodearon el entusiasmo y compromiso necesarios para convertirlo en una realidad.


Los que estamos acostumbrados a navegar ya sea en barco, en avión o incluso con la imaginación, apreciamos el placer del viaje. Este año etamos celebrando el 25 aniversario del inicio del proyecto Monlau. Está siendo una navegación que reúne todos los alicientes de los grandes viajes y, como no, algunos de sus sinsabores. No obstante, si estuviera en nuestras manos el volver a empezar, firmaríamos hacerlo en las mismas condiciones, lo que es una muestra clara de nuestro elevado grado de satisfacción Pío Ventura.

Buen viaje director.

Los programadores de verdad no necesitan dormir

…Es una de las frases geniales con las que Rodolfo nos comenta el libro «Death March» de Ed Yourdon, y nos invita a identificar (igual que lo hacemos con los caminos críticos u otros elementos esenciales para controlar un proyecto) y a prevenir las “marchas de la muerte” en las que se convierten algunos proyectos.

Hace días que leí su post y me he descubierto a mi misma varias veces pensando en su texto y rememorando situaciones parecidas a las que él describe.

Creo que todos los que nos hemos participado en proyectos de ingeniería de software podemos identificar situaciones donde: “la gente muchas veces se siente desprotegida ante el fuego (o mas bien intereses) cruzado o luchas de poder, donde se considera que se debe poner un esfuerzo adicional para contrarrestar los problemas derivados de la falta de planificación, la falta de presupuesto, o la falta de calidad en los procesos”

En algunos casos, reconozco que he favorecido o permitido esas situaciones donde sabes que estás exigiendo a un equipo más de lo razonable, atribuyéndoles una responsabilidad sobre el éxito de un proyecto en el que la mayoría de las variables dependieron de otros.

Una vez, en un equipo negociamos las horas que cada uno necesitaba dormir. Diseñamos un plan desesperado donde uno de los elementos a considerar era la variedad en esa necesidad Fisiológica. Luego, los que dormían más, compensaban de otra forma, menos agresiva para ellos, al resto del equipo. Hubo que echar mano de ideas muy extravaganntes para sacar aquello adelante. Se consiguió y recuerdo aquel proyecto como una experiencia apasionante (sé que ellos también), pero me he recriminado muchas veces utilizar la pasión de un equipo para suplir carencias en otros puntos de la cadena de creación de un proyecto.

Después de aquello siempre he defendido no segmentar tanto la venta, conceptualización, definición, diseño, planificación y ejecución de un proyecto en función de cómo está organizada una empresa. El que vende un proyecto, es el que ha entendido al cliente y es el mejor para darle forma y seguramente el que va a ser capaz de gestionarlo para que el producto o servicio resultante se parezca lo más posible a lo que el cliente esperaba. 

Está claro que necesitamos especialistas en diferentes disciplinas en cada una de las fases, pero para mi, el director del proyecto es alguien que ha de estar de principio a fin, asumiendo la venta y responsabilizándose de la producción. Lo contrario genera brechas peligrosas, segmentación de responsabilidades y conflictos de intereses (si al comercial le premian el volumen de ventas y al jefe de proyectos la rentabilidad, estamos condenamos a enfrentarnos y a sufrir).

Luego, los equipos están para sacar el trabajo adelante, y la mayoría de veces con entusiasmo y compromiso. Pero la “mentalidad de soldados de la marina” sirve para excepciones, no como regla. Planificar proyectos asumiendo estas dinámicas además de ineficaz es irrespetuoso.

Rodolfo apunta dos buenas prácticas para erradicar las «marchas de la muerte»: Proyectos basados en prototipos donde el esfuerzo se concentre en aquello realmente esencial y rápido que aporte valor añadido y usar metodologías ágiles al servicio del proyecto y no al revés.